Así, pues, repito, Juan bautiza a Cristo, el siervo al Señor, la voz a la Palabra. Recordad: Yo soy la voz del que clama en el desierto; recordad también: la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Juan, vuelvo a repetir, bautiza a Cristo, el siervo al Señor, la voz a la Palabra, la criatura al Creador, la lámpara al Sol, pero al Sol que creó a este sol; el Sol de quien se dijo: Ha salido para mí él sol de justicia, y mi salud está en sus alas… ¡Gran confesión! ¡Segura profesión de la lámpara al amparo de la humildad! Si ella se hubiese envalentonado contra el sol, rápidamente la hubiera apagado el viento de la soberbia. Esto es lo que el Señor previo y lo que nos enseñó con su bautismo… Este gran hombre reconoce la grandeza del Señor en su pequeñez; reconoce el hombre a quien había venido como hombre Dios"
(Sermón 292, 4).
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