“Decía: Preparad el camino al Señor, enderezad sus senderos. El Señor quiso ser bautizado por su siervo para mostrar lo que reciben quienes son bautizados por el Señor. Comenzó, pues, debajo de él. ¿Cuánto? No soy digno, dice, de desatar la correa de su sandalia. Este profeta, mejor, este que es más que profeta, mereció ser preanunciado por otro profeta. De él, en efecto, dijo Isaías en el texto que hoy se nos ha leído: Voz que clama en el desierto: «Preparad el camino al Señor y enderezad sus senderos. Todo valle será rellenado, y todo monte y colina, allanado; lo torcido se tornará recto y lo áspero se hará camino llano, y toda carne verá la salvación de Dios.» —Grita. —¿Qué he de gritar? —Toda carne es heno, y todo su resplandor, como la flor del heno: el heno se seca y la flor cae, pero la palabra del Señor permanece para siempre. Preste atención vuestra caridad. Habiendo preguntado a Juan quién era él, si el Cristo, o Elías, o algún otro profeta, respondió: Yo no soy el Cristo, ni Elías, ni un profeta. Y ellos: Entonces, ¿quién eres? Yo soy la voz que clama en el desierto. Dijo que él era la voz. Observa que Juan es la voz. ¿Qué es Cristo sino la Palabra? Primero se envía la voz para que luego se pueda entender la Palabra”
(Sermón 288, 2).
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