(Comentario al salmo 21, 2, 8).
Nadie le socorría
“Además, como ya dije anteriormente, ¡tantos fueron los que le invocaron y quedaron libres al instante, no en la vida futura, sino en el acto. Job mismo fue cedido al diablo, a petición de éste; putrefacto y comido por los gusanos, recobró no obstante la salud en esta vida y recibió el doble de sus pérdidas. Al Señor, por el contrario, se le flagelaba y nadie le socorría; le llenaban de escupitajos, y nadie le socorría; le abofeteaban y nadie le socorría; le pusieron una corona de espinas, y nadie le socorría; lo crucificaron y nadie le socorrió; grita Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? y nadie le socorre. ¿Por qué, hermanos míos, por qué? ¿A cambio de qué tantos sufrimientos? Todos esos sufrimientos son un precio a pagar. ¿Qué hay que valga tantos padecimientos? Leamos el salmo en voz alta, veamos qué dice. Analicemos primero sus padecimientos y luego veamos el por qué. Veamos cuán enemigos son de Cristo quienes confiesan todos y cada uno de los padecimientos, pero pasan por alto los motivos. Escuchemos todo en este salmo: sus sufrimientos y el porqué de los mismos. Retened estos dos puntos: el qué y el porqué. En primer lugar voy a explicar el qué. No me voy a detener en ellos y así os llegan mejor las palabras textuales del salmo. Prestad atención, cristianos. Contemplad los padecimientos del Señor. Vergüenza de la gente, desprecio del pueblo”
(Comentario al salmo 21, 2, 8).
(Comentario al salmo 21, 2, 8).
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