Nadie le socorría

“Además, como ya dije anteriormente, ¡tantos fueron los que le invocaron y quedaron libres al instante, no en la vida futura, sino en el acto. Job mismo fue cedido al diablo, a petición de éste; putrefacto y comido por los gusanos, recobró no obstante la salud en esta vida y recibió el doble de sus pérdidas. Al Señor, por el contrario, se le flagelaba y nadie le socorría; le llenaban de escupitajos, y nadie le socorría; le abofeteaban y nadie le socorría; le pusieron una corona de espinas, y nadie le socorría; lo crucificaron y nadie le socorrió; grita Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? y nadie le socorre. ¿Por qué, hermanos míos, por qué? ¿A cambio de qué tantos sufrimientos? Todos esos sufrimientos son un precio a pagar. ¿Qué hay que valga tantos padecimientos? Leamos el salmo en voz alta, veamos qué dice. Analicemos primero sus padecimientos y luego veamos el por qué. Veamos cuán enemigos son de Cristo quienes confiesan todos y cada uno de los padecimientos, pero pasan por alto los motivos. Escuchemos todo en este salmo: sus sufrimientos y el porqué de los mismos. Retened estos dos puntos: el qué y el porqué. En primer lugar voy a explicar el qué. No me voy a detener en ellos y así os llegan mejor las palabras textuales del salmo. Prestad atención, cristianos. Contemplad los padecimientos del Señor. Vergüenza de la gente, desprecio del pueblo”
(Comentario al salmo 21, 2, 8).

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