"Este es el resultado de nuestras vigilias, ésta la finalidad a que miran los ojos; no los de la carne, sino los del espíritu: el propósito justo y santo de dominar y reprimir el sueño; y ésta la recompensa incorruptible por la fatiga sufrida y el amor encendido: que aquel por quien estamos en vela, resistiendo por un breve espacio de tiempo al sueño terreno, nos otorgue la vida donde existe el velar sin fatiga, el día sin noche y el descanso sin sueño. El estar en vela no es digno de alabanza de por sí… él, por quien nosotros nos encontramos en vela, es el fin entendido como perfección que nos libra del fin entendido como condenación o como consunción. Así, pues, el velar de aquéllos, sea lícito o ilícito, mira y desea un fin que ha de morir; nuestro fin, en cambio, no tendrá fin. Ellos velan sin tener asegurada la posesión perpetua de aquello a lo que desean llegar; nosotros velamos y oramos para no caer en tentación. De esta manera hemos vencido al que nos acechaba en el camino y hemos alcanzado al Salvador, a cuyo lado permaneceremos"
(Sermón 223 G, 2).
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