"En esta vida celebramos la muerte de aquel cuya vida esperamos para después de esta muerte. Así, pues, traigamos a la memoria la humildad de nuestro Señor Jesucristo mediante nuestra propia humildad. Velemos humildemente, oremos humildemente, con fe devotísima, esperanza firmísima y caridad ardentísima, pensando en el día que ha de poseer nuestra claridad si nuestra humildad convierte la noche en día. Dios, por tanto, que dijo que la luz brillase en medio de las tinieblas, hágala brillar en nuestros corazones para hacer interiormente algo semejante a lo que hemos hecho con las antorchas encendidas en esta casa de oración. Adornemos con las antorchas de la justicia la auténtica morada de Dios, nuestra conciencia. Pero no lo hagamos nosotros, sino la gracia de Dios con nosotros"
(Sermón 232 I).
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