Pendiente de la Cruz

“Voy yo a citar y exponer ese salmo. El Señor mostró que se refería a él mismo cuando, pendiente de la cruz, pronunció el primer versillo. De ese modo entenderás cómo la gracia del Nuevo Testamento tampoco se callaba del todo en aquel tiempo, cuando estaba velada en el Viejo. Expone, refiriendo a la persona de Cristo, lo que atañe a la forma del siervo, en la que era llevada nuestra debilidad. De Él dijo también Isaías: El lleva nuestras debilidades y por nosotros vive en dolores. Con la voz de esa debilidad, por la que Pablo no alcanzó lo que pedía y en cierto modo abandonado, oyó que le decía el Señor: Te basta mi gracia, pues la virtud se perfecciona en la enfermedad; con la voz de esta nuestra debilidad, que transfiguró en sí nuestra Cabeza, se dice en este salmo: Dios mío, Dios mío, mira hacia mí; ¿por qué me has desamparado? Porque en tanto es desamparado el que ora en cuanto no es escuchado. Esta voz hizo suya Jesús, es decir, la voz de su Cuerpo, esto es, de su Iglesia, que había de ser transformada de hombre viejo en nuevo. Esta es la voz de su debilidad humana, a la que habían de negarse los bienes del Antiguo Testamento, para que aprendiese ya a desear y esperar los del Nuevo”
(Epístola 140, 15).

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