“Ved realizado lo escrito, cumplido lo predicho, a la vista lo leído. Escucha las palabras y mira los hechos; plena es la verdad, cierta la fe; perezca ya la incredulidad herética. Ved que está escrito: Así convenía. ¿Qué? Que Cristo padeciera: he aquí la predicción. Que resucitara de entre los muertos al tercer día: estaba predicho. Estas cosas las habían leído los judíos; las leían y no las veían, y para que los otros creyesen tropezaban ellos contra la piedra yacente. Pues, si le hubiesen conocido, nunca hubiesen crucificado al Señor de la gloria, y, si nunca hubiesen crucificado al Señor de la gloria, los pueblos no hubiesen creído en él, que nació y sufrió la pasión… Ved la gracia; ved que resucita, que se muestra a los ojos de los apóstoles, él que no se dignó mostrarse a los ojos de los judíos. Se da a ver a los ojos, y a tocar a las manos. Poco es esto: lee, saca a colación las Escrituras. También esto es poco: abre la inteligencia para comprender lo que lees”
(Sermón 229 J, 4).
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