"¿Por qué un solo Dios? Porque allí es tan grande el amor, tan grande la paz, tan grande la concordia, que no hay disonancia en ninguno. Ahora te voy a dar una razón para que creas lo que no puedes comprender si no lo crees. Dime: ¿cuántas almas eran las que, según los Hechos de los Apóstoles, creyeron cuando vieron los milagros de los apóstoles? Me refiero a los judíos que habían crucificado al Señor, que llevaban sus manos ensangrentadas, que tenían oídos sacrilegos, cuya lengua fue comparada a una espada: Sus dientes son armas y saetas, y su lengua, una espada afilada. Con todo, puesto que no en vano había orado Cristo por ellos, ni en vano había dicho: Padre, perdónales, pues no saben lo que hacen, muchos de entre ellos creyeron. Así leemos que está escrito: Creyeron tres mil almas aquel día. Ve que se trata de millares de almas; advierte cuántos millares son; sobre ellos vino el Espíritu Santo que derrama la caridad en nuestros corazones. ¿Y qué se dijo referente a ese número de almas? Tenían un alma sola y un solo corazón. Muchas almas: un alma sola; no por naturaleza, sino por gracia. Si mediante la gracia procedente de lo alto se convirtió en un alma sola aquel número de almas, ¿te extrañas de que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sean un solo Dios? Por tanto, hermanos míos, conservad la fe fortísima, integrísima y católica"
(Sermón 229 G, 5).
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