“Ved que el Señor, apareciéndose a los discípulos por segunda vez después de la resurrección, somete al apóstol Pedro a un interrogatorio, y le obliga a confesarle su amor por triplicado a quien le negó otras tres veces. Cristo resucitó en la carne, y Pedro en el espíritu, pues como Cristo había muerto en su pasión, así Pedro en su negación. Cristo el Señor resucita de entre los muertos, y con su amor resucitó Pedro. Averiguó el amor de quien lo confesaba, y le encomendó sus ovejas. ¿Qué daba Pedro a Cristo al amarlo? Si Cristo te ama, el provecho es para ti, no para Cristo; y, si amas tú a Cristo, el provecho es también para ti, no para Cristo. No obstante, queriendo mostrar Cristo el Señor dónde han de mostrar los hombres que aman a Cristo, le encomendó sus ovejas. Esto lo dejó bastante claro: —¿Me amas? —Te amo. —Apacienta mis ovejas. Y así una, dos y tres veces. El no respondió sino que lo amaba; el Señor no le preguntaba por otra cosa sino por su amor; nada encomendó a quien le respondió sino sus ovejas. Amemos también nosotros, y así amamos a Cristo”
(Sermón 229 N, 1).
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