“El Señor se apareció a sus discípulos, después de su resurrección, junto al mar de Tiberíades, y los encontró pescando, pero sin haber capturado nada. Nada lograron en toda una noche de pesca; pero brilló el día, y entonces hicieron capturas, porque vieron al día, a Cristo, y echaron las redes en el nombre del Señor. Dos son las pescas que encontramos haber hecho los discípulos en el nombre de Cristo; la primera cuando los eligió y los constituyó apóstoles; la segunda ahora, después de su resurrección de los muertos. Comparémoslas, si os place, y consideremos atentamente las diferencias entre una y otra, pues tienen algo que ver con la edificación de nuestra fe. La primera vez, pues, que el Señor encontró a los pescadores, a los que antes nunca había visto, tampoco cogieron nada en toda la noche; en vano se fatigaron. El les mandó echar las redes; no les indicó si a la derecha o a la izquierda; solamente les dijo: Echad las redes. Las echaron... de forma que las dos barcas se llenaron, hasta el punto que casi se hundían a causa de la multitud de los peces; más aún, tan grande era la cantidad, que las redes se rompían. Esto ocurrió en la primera pesca. ¿Qué pasó en la segunda? Echad, les dijo, las redes a la derecha. Antes de la resurrección, las redes se echan según cuadre; después de la resurrección, ya se elige el lado derecho. Además, en la primera pesca las naves se hunden y las redes se rompen; en esta última, después de la resurrección, ni la nave se hunde ni la red se rompe”
(Sermón 229 M, 1).
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