Iluminados por la Fe

"Siempre habéis de tener bien presente, hermanos, que Cristo fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación, sobre todo en estos días que nos han recordado gracia tan grande, días en que la celebración anual no nos permite olvidar ese acontecimiento que tuvo lugar una sola vez. Iluminados por la fe, fortalecidos por la esperanza e inflamados por la caridad, asistamos a las solemnidades temporales y suspiremos incesantemente por las eternas. Pues si Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no iba a darnos todo con él?"
 (Sermón 229 D, 1).

Día de Fiesta

"Una vez que Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado, celebremos este día de fiesta, como dice el Apóstol, no con levadura vieja o de maldad, sino con los panes ácimos de la sinceridad y de la verdad, de manera que la celebración cristiana manifieste como ya cumplido lo que la ley antigua anunciaba como futuro, y, viendo que ellos se quedaron en las sombras, nosotros nos alegremos de habernos adherido a la luz" 
(Sermón 229 C, 1).

Cristo nuestra Pascua

"Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado, y mientras nosotros celebramos estas fechas pascuales, los judíos, enemigos de esta manifestación tan brillante, realizan ciertos ritos simbólicos nocturnos y siguen soñando hasta después de acabado el día. En efecto, también ellos dicen que celebran la Pascua, y, al mismo tiempo que equivocadamente van tras las sombras de la verdad, se encuentran cegados por la noche del error. Siguiendo el rito de la fiesta antigua, dan muerte cada año a un cordero, pero no conocen lo que tal cordero simbolizaba ni siquiera después que sus padres dieron muerte a Cristo. Leen lo que se dijo de él, pero no advierten su carácter de predicción; escuchan las palabras cuando se leen, pero no las ven cuando se cumple lo predicho. Tienen la ley y los projetas, y no quieren reconocer por ellos lo que la ley prefiguraba mediante la Pascua" 
(Sermón 229 C, 1).

Hijos de la Luz

"Todos vosotros sois hijos de la luz e hijos de Dios; no lo somos de la noche ni de las tinieblas. Así, pues, este nuestro cantar es un traer a la memoria la vida santa. Cuando decimos todos al unísono con espíritu alegre y corazón concorde: Este es el día que hizo el Señor, procuremos ir de acuerdo con nuestro sonido para que nuestra lengua no profiera un testimonio contra nosotros. Tú que vas a embriagarte hoy dices: Este es el día que hizo el Señor; ¿no temes que te responda: Este día no lo hizo el Señor? ¿Se cree día bueno incluso aquel al que la lujuria y la maldad convirtieron en pésimo?" 
(Sermón 229 B, 1).

Levantar el corazón

"La vida entera de los cristianos auténticos consiste en levantar el corazón; tener el corazón en alto: he aquí la vida de quienes son cristianos no sólo de nombre, sino también en realidad de verdad. ¿Qué significa levantar el corazón? Poner la esperanza en Dios, no en ti; pues tú estás abajo, mientras que Dios está arriba. Si depositas tu esperanza en ti mismo, tu corazón está abajo, no en lo alto. Por eso, cuando escuchéis al sacerdote decir: Levantemos el corazón, responded: Lo tenemos levantado hacia el Señor. Esforzaos para que sea verdadera vuestra respuesta, pues ella quedará en las actas de Dios; vayan de acuerdo la realidad y las palabras; no afirme la lengua lo que niega la conciencia" 
(Sermón 229, 3).

Confiesa al Señor

"Si el pensamiento no confiase a la memoria lo que se refiere a las cosas realizadas en el tiempo, no quedaría ni rastro de ellas. Por eso, el pensamiento del hombre, al contemplar la verdad, confiesa al Señor; en cambio, el resto de su pensamiento que se encuentra en la memoria no cesa de celebrar en las fechas establecidas las solemnidades para que el pensamiento no sea tachado de ingrato… A quienes  hizo doctos la realidad anunciada, no debe hacerlos irreligiosos el desertar de la solemnidad, que hizo célebre en el mundo entero a esta noche, que manifiesta la muchedumbre de los pueblos cristianos, que confunde las tinieblas de los judíos y echa por tierra los ídolos de los paganos" 
(Sermón 220).

El Sueño del Corazón

"¿Cuál es esta noche, hermanos, en la que la Verdad no quiere que nos encontremos y en la que dice que se hallan los que duermen? ¿Y cuál es ese sueño del que nos aparta a los hijos de la luz y del día y en el que nos exhorta a no dormirnos? Sin duda alguna, no se trata de la noche que comienza con la puesta del sol y que termina con el resplandor de la aurora, sino de otra que empieza con la caída del hombre y  acaba con la renovación del alma… Este sueño al que resistimos con nuestro velar recibe la muerte no culpable cuando se adormecen los sentidos; pero aquel otro sueño en que duerme el corazón de los infieles empuja a la muerte a los ojos interiores. Contra aquél oigamos: Vigilad y orad; contra éste digamos: Ilumina mis ojos para que nunca me duerma en la muerte. Teniendo estas antorchas, mantengámonos, pues, en vela solemne durante esta noche en lucha contra el sueño corporal; en cambio, contra el sueño del corazón debemos ser nosotros mismos antorchas encendidas en este mundo, como si nos halláramos en la noche" 
(Sermón 223 K).

Nos Exhorta a Orar

"El Apóstol nos exhortó a orar, y al mismo tiempo a velar, con estas palabras: Aplicaos a la oración velando en ella. El amor impuro, hermanos, obliga a permanecer en vela a quienes tiene dominados. El impúdico vela para destruir la virginidad; el maléfico, para hacer daño; el ebrio, para beber; el salteador, para matar; el pródigo, para derrochar; el avaro, para almacenar; el ladrón, para robar, y el pirata, para apresar… Pero a ellos les oprime un sueño del corazón tan profundo que les obliga a estar despiertos en la carne. Contra ese sueño se clama: Levántate tú que duermes y sal de entre los muertos, y te iluminará Cristo" 
(Sermón 232 J).

Velemos Humildemente

"En esta vida celebramos la muerte de aquel cuya vida esperamos para después de esta muerte. Así, pues, traigamos a la memoria la humildad de nuestro Señor Jesucristo mediante nuestra propia humildad. Velemos humildemente, oremos humildemente, con fe devotísima, esperanza firmísima y caridad ardentísima, pensando en el día que ha de poseer nuestra claridad si nuestra humildad convierte la noche en día. Dios, por tanto, que dijo que la luz brillase en medio de las tinieblas, hágala brillar en nuestros corazones para hacer interiormente algo semejante a lo que hemos hecho con las antorchas encendidas en esta casa de oración. Adornemos con las antorchas de la justicia la auténtica morada de Dios, nuestra conciencia. Pero no lo hagamos nosotros, sino la gracia de Dios con nosotros" 
(Sermón 232 I).

Velar y Orar

"Esta solemnidad tan grande y tan santa nos exhorta, amadísimos, a velar y a orar. En efecto, nuestra fe está en lucha contra la noche de este mundo a fin de evitar que nuestros ojos interiores se duerman en la noche del corazón. Para no caer en este mal oremos con las palabras leídas y digamos al Señor, nuestro Dios: Ilumina mis ojos para que nunca me duerma en la muerte, no sea que pueda decir mi enemigo: He prevalecido sobre él" 
(Sermón 232 I).

Humildad del Señor

"Estamos celebrando la fiesta solemne de la humildad del Señor, que se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Ese es el motivo por el que nosotros humillamos esta noche nuestras almas mediante el ayuno, la vigilia y la oración, sin que el fervor presente desdiga de esa humildad. ¿Qué es, en efecto, el grano de mostaza sino el fervor de la humildad? Mediante este grano han sido trasladados al corazón del mar los montes; es decir, los grandes predicadores del Evangelio, los apóstoles santos fueron trasladados de Judea a la tierra de los gentiles; y hasta del corazón del mundo, esto es, de los pensamientos del mundo, se hicieron dueños los montes… Estos montes hicieron sagrada para nosotros esta noche, en la que el Señor resucitó del sepulcro para que el grano de mostaza enterrado no apareciese en su humillación, sino que, brotando, creciendo y extendiendo sus ramos por doquier, superase a todos los demás e invitase a los soberbios de corazón, cual si fueran aves, a buscar refugio y descanso en sí. Habite también en vuestro corazón este monte, pues no sufrirá estrechez donde la caridad le ha dispuesto un lugar amplísimo"
 (Sermón 232 H).

Nos otorga la vida

"Este es el resultado de nuestras vigilias, ésta la finalidad a que miran los ojos; no los de la carne, sino los del espíritu: el propósito justo y santo de dominar y reprimir el sueño; y ésta la recompensa incorruptible por la fatiga sufrida y el amor encendido: que aquel por quien estamos en vela, resistiendo por un breve espacio de tiempo al sueño terreno, nos otorgue la vida donde existe el velar sin fatiga, el día sin noche y el descanso sin sueño. El estar en vela no es digno de alabanza de por sí… él, por quien nosotros nos encontramos en vela, es el fin entendido como perfección que nos libra del fin entendido como condenación o como consunción. Así, pues, el velar de aquéllos, sea lícito o ilícito, mira y desea un fin que ha de morir; nuestro fin, en cambio, no tendrá fin. Ellos velan sin tener asegurada la posesión perpetua de aquello a lo que desean llegar; nosotros velamos y oramos para no caer en tentación. De esta manera hemos vencido al que nos acechaba en el camino y hemos alcanzado al Salvador, a cuyo lado permaneceremos" 
(Sermón 223 G, 2).

Brilla la Luz

"Una vez pasada la noche de este mundo, tendrá lugar, también en nosotros, la resurrección de la carne para el reino, de la que fue ejemplo anticipador la resurrección de nuestra cabeza. Este es el motivo por el que el Señor quiso resucitar de noche, según el Apóstol: Dios que dijo: «Brille la luz de entre las tinieblas», la hizo brillar en nuestros corazones. Este brillar la luz en medio de las tinieblas lo simbolizó el Señor naciendo de noche y resucitando también de noche… La resurrección y el nacimiento de Cristo van a la par: como en aquel sepulcro nuevo no fue puesto nadie ni antes ni después de él, así tampoco en aquel seno virginal no fue concebido ningún mortal ni antes ni después" 
(Sermón 223 D, 2).

Intercerde por nosotros

"He aquí que se levantó el que se había dormido; se despertó y se hizo como un pájaro solitario sobre el techo, es decir, en el cielo, donde intercede por nosotros, donde ya no muere ni la muerte tiene dominio sobre él, porque no dormirá ni le entrará el sueño a quien es nuestro guardián. He aquí que quienes pensaron haberle hecho algún daño, perdieron incluso el reino de donde no quisieron que él fuera su rey, pues fueron expulsados de allí" 
(Sermón 223, C).

El día del Señor

"Estos infantes a los que veis externamente vestidos de blanco y purificados en su interior, quienes con la blancura de sus vestidos simbolizan el resplandor de sus mentes, fueron tinieblas cuando se encontraban en la noche oprimidos por el peso de sus pecados. Ahora, en cambio, purificados con el lavado del perdón, rociados con el agua de la fuente de la sabiduría e inundados de la luz de la justicia, éste es el día que hizo el Señor; exultemos y gocemos en él. Escúchenos el día del Señor; escúchenos y obedézcanos para exultar y gozarnos en él, puesto que, como dice el Apóstol, nuestro gozo y nuestra corona es vuestra estabilidad en el Señor" 
(Sermón 223, 1).

Veremos la Verdad

"Sólo sé que, como dice el Apóstol, quien es poderoso para hacer en nosotros más de lo que pedimos o pensamos, nos llevará al lugar donde se haga realidad lo que está escrito: Dichosos los que habitan en tu casa; te alabarán por los siglos de los siglos. Toda nuestra ocupación será la alabanza de Dios. ¿Qué vamos a alabar si no lo amamos? También amaremos lo que veremos. Veremos, pues, la verdad, y la verdad misma será Dios, a quien alabaremos. Allí encontraremos lo que hoy hemos cantado: Amén: Es verdad; Aleluya: Alabad al Señor" 
(Sermón 236, 3).

Matar a Cristo

“Pues Cristo fue crucificado, muerto y sepultado. Aquella sepultura fue como su casa, la cual fue custodiada por soldados, que envió la autoridad de los judíos cuando se les proporcionó guardias para proteger el sepulcro de Cristo. Cuenta la historia del libro primero de los Reyes que Saúl envió vigilantes a la casa de David para custodiarla y matar a David. Pero sólo debemos discutir, al exponer el título del salmo, lo que del libro de los Reyes tomó el escritor del salmo. ¿Nos quiso dar a conocer únicamente que envió vigilantes a su casa para custodiarla y matarle? Pero si David representaba a Cristo, ¿cómo fue custodiada la casa para matar a Cristo, siendo así que Cristo fue colocado en el sepulcro (en la casa) después de haber sido matado en la cruz? Aplica esto al cuerpo de Cristo, porque el matar a Cristo consistía, si hubiera prevalecido la mentira de los guardias, que fueron sobornados para que dijesen que, estando ellos dormidos, vinieron los discípulos de Cristo y robaron su cuerpo, en hacer desaparecer el nombre de Cristo para que no se creyese en Cristo. En esto verdaderamente consiste el querer matar a Cristo; en pretender borrar el recuerdo de su resurrección a fin de presentar como mentiroso al Evangelio. Pero como no pudo Saúl matar a David, tampoco consiguió el poder de los judíos que prevaleciese el testimonio de los guardias dormidos al de los apóstoles despiertos. ¿Cómo fueron aleccionados y embaucados los guardias para hablar de este modo? Os daremos, les dicen los judíos, el dinero que queráis; pero decid que, estando vosotros dormidos, vinieron sus discípulos y le robaron. Ved la clase de testigos mentirosos que presentaron, contra la verdad de la resurrección de Cristo, sus enemigos, prefigurados por Saúl. Acusa la perfidia, y presenta testigos dormidos. Te digan lo que sucedió en el sepulcro los que, si estaban dormidos, ¿cómo lo saben? Y, si despiertos, ¿por qué no prendieron a los ladrones?”
(Comentario al salmo 58, 1, 3).

Les abrió la inteligencia

“¿Qué les dice, pues? ¿No son éstas las cosas de que os hablé cuando estaba todavía con vosotros, a saber, que convenía que se cumpliese cuanto está escrito sobre mí en la ley, en los profetas y en los salmos? Entonces les abrió la inteligencia, dice el evangelio, para que comprendiesen las Escrituras. Y les dijo: Así está escrito: convenía que Cristo padeciera y resucitase de entre los muertos al tercer día”
(Sermón 268, 4).

Manifestándoles la Verdad

“Se presentó ante sus discípulos para que lo viesen con sus ojos y lo tocasen con sus manos, convenciéndoles de que había sido hecho sin perder lo que era desde siempre. Como habéis oído, vivió con ellos cuarenta días, entrando y saliendo, comiendo y bebiendo; no porque lo necesitase, sino porque estaba en su poder hacerlo, y manifestándoles la verdad de su carne, su debilidad en la cruz y su inmortalidad desde que salió del sepulcro”
(Sermón 262, 1).

Saboread las cosas de arriba

“Escuchemos lo que dice el Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo... ¿Cómo vamos a resucitar si aún no hemos muerto? ¿Qué quiso decir entonces el Apóstol con estas palabras: Si habéis resucitado con Cristo? ¿Acaso él hubiese resucitado de no haber muerto antes? Hablaba a personas que aún vivían, que aún no habían muerto y ya habían resucitado. ¿Qué significa esto? Ved lo que dice: Si habéis resucitado con Cristo, saboread las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; buscad las cosas de arriba, no las de la tierra, pues estáis muertos. Es él quien lo dice, no yo, y dice la verdad, y por eso lo digo también yo. ¿Por qué lo digo también yo? He creído, y por eso he hablado. Si vivimos bien, hemos muerto y resucitado; quien, en cambio, aún no ha muerto ni ha resucitado, vive mal todavía; y, si vive mal, no vive; muera para no morir”
(Sermón 231, 3).

Pendiente de la Cruz

“Voy yo a citar y exponer ese salmo. El Señor mostró que se refería a él mismo cuando, pendiente de la cruz, pronunció el primer versillo. De ese modo entenderás cómo la gracia del Nuevo Testamento tampoco se callaba del todo en aquel tiempo, cuando estaba velada en el Viejo. Expone, refiriendo a la persona de Cristo, lo que atañe a la forma del siervo, en la que era llevada nuestra debilidad. De Él dijo también Isaías: El lleva nuestras debilidades y por nosotros vive en dolores. Con la voz de esa debilidad, por la que Pablo no alcanzó lo que pedía y en cierto modo abandonado, oyó que le decía el Señor: Te basta mi gracia, pues la virtud se perfecciona en la enfermedad; con la voz de esta nuestra debilidad, que transfiguró en sí nuestra Cabeza, se dice en este salmo: Dios mío, Dios mío, mira hacia mí; ¿por qué me has desamparado? Porque en tanto es desamparado el que ora en cuanto no es escuchado. Esta voz hizo suya Jesús, es decir, la voz de su Cuerpo, esto es, de su Iglesia, que había de ser transformada de hombre viejo en nuevo. Esta es la voz de su debilidad humana, a la que habían de negarse los bienes del Antiguo Testamento, para que aprendiese ya a desear y esperar los del Nuevo”
(Epístola 140, 15).

Nadie le socorría

“Además, como ya dije anteriormente, ¡tantos fueron los que le invocaron y quedaron libres al instante, no en la vida futura, sino en el acto. Job mismo fue cedido al diablo, a petición de éste; putrefacto y comido por los gusanos, recobró no obstante la salud en esta vida y recibió el doble de sus pérdidas. Al Señor, por el contrario, se le flagelaba y nadie le socorría; le llenaban de escupitajos, y nadie le socorría; le abofeteaban y nadie le socorría; le pusieron una corona de espinas, y nadie le socorría; lo crucificaron y nadie le socorrió; grita Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? y nadie le socorre. ¿Por qué, hermanos míos, por qué? ¿A cambio de qué tantos sufrimientos? Todos esos sufrimientos son un precio a pagar. ¿Qué hay que valga tantos padecimientos? Leamos el salmo en voz alta, veamos qué dice. Analicemos primero sus padecimientos y luego veamos el por qué. Veamos cuán enemigos son de Cristo quienes confiesan todos y cada uno de los padecimientos, pero pasan por alto los motivos. Escuchemos todo en este salmo: sus sufrimientos y el porqué de los mismos. Retened estos dos puntos: el qué y el porqué. En primer lugar voy a explicar el qué. No me voy a detener en ellos y así os llegan mejor las palabras textuales del salmo. Prestad atención, cristianos. Contemplad los padecimientos del Señor. Vergüenza de la gente, desprecio del pueblo”
(Comentario al salmo 21, 2, 8).

Sometido a Prueba

“A todos os digo que, si no ha abandonado a Dios, el cristiano que sufre una tribulación está siendo sometido a prueba. Porque cuando le va bien como hombre, el cristiano es dejado en sus propias manos. El fuego irrumpe en el crisol, pero el crisol del orfebre es una realidad que encierra un gran misterio. En él hay oro, hay paja, hay fuego que actúa en un lugar reducido. El fuego no es específicamente distinto, pero realiza funciones diversas: convierte la paja en ceniza, al oro le desprende de su ganga. Aquellos en quienes habita Dios ciertamente se hacen mejores en la tribulación, acrisolados como el oro. Y si, eventualmente, el enemigo diabólico pide disponer del cristiano y se le concede, entonces sea al sufrir algún dolor corporal, sea al recibir algún perjuicio, sea con ocasión de la pérdida de los más íntimos, mantenga su corazón fijo en aquél que no se retira, y si da la impresión de retirar su oído al que llora, presta su misericordia al que le suplica. El que nos hizo sabe lo que hace; sabe también rehacernos. El que levantó la casa es un buen constructor; si algo se desprende de ella, él sabe restaurarlo”
(Comentario al salmo 21, 2, 5).

Sumido en el desconcierto

“Dios mío, de día y de noche gritaré a ti y no responderás; y no para dejarme sumido en el desconcierto. Naturalmente, esto lo dijo de mí, de ti, de él, pues hablaba en nombre de su cuerpo, o sea, de la Iglesia. A no ser que penséis, hermanos, que cuando el Señor dijo: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, tenía miedo a la muerte. No tiene más valor el soldado que el general. Al siervo le basta con ser como su señor. Pablo, soldado del rey Cristo, dice: Dos cosas tiran de mí: deseo mi disolución, y estar con Cristo. Con que Pablo desea morir para estar con Cristo ¿y resulta que Cristo teme morir? ¿Qué significa esto sino que él era portador de nuestra debilidad y era portavoz de los que, asentados todavía en sus cuerpos, le tienen miedo a la muerte? De allí dimanaba aquella voz, voz de los miembros de Cristo, no de la cabeza. Lo propio ocurre a continuación: Día y noche grité a ti, y no responderás. Son muchos los que gritan en la tribulación, y no son escuchados; pero para su salvación, no para que queden sumidos en el desconcierto. Le suplicó Pablo que le liberara del aguijón de la carne, pero su petición fue desestimada. En cambio, se le dijo: Te basta con mi gracia, pues la fuerza llega a su plenitud en la debilidad. Luego no le atendieron, pero no para dejarlo sumido en el desconcierto, sino para llevarle a la sabiduría, esto es, para que el hombre se meta bien en la cabeza que el médico es Dios y que el sufrimiento es una medicina para la salvación, no un castigo para la condenación. Cuando estás bajo tratamiento médico se te aplica el cauterio y el bisturí y chillas de dolor. Pero el médico no atiende a tus deseos, sino a tu salud”
(Comentario al salmo 21, 2, 4).