Por tanto, considerad ahora ya el alcance de aquellas palabras: Conviene que él crezca y que yo mengüe. Prestad atención, por si consigo expresarme; y, si eso no es posible, por si soy capaz de insinuar, o al menos de pensar, en qué modo, con qué sentido, con qué intención, por qué motivo —de acuerdo con la distinción mencionada entre la voz y la palabra —, dijo la misma voz, el mismo Juan: Conviene que él crezca y que yo mengüe. ¡Oh sacramento grande y admirable! Considerad cómo la persona de la voz, personificación misteriosa de todas las voces, dice de la persona de la Palabra: Conviene que él crezca y yo mengüe. ¿Por qué? Estad atentos
(Sermón 288, 5).
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