Lo toman por Cristo, y dice que no es aquel por quien lo toman; no se apropia del error ajeno ni siquiera para alimentar su orgullo. Si hubiese dicho que era él, ¡qué fácilmente hubiesen creído a quien ya creían antes de decir nada él! Pero no lo dijo; reconoció quien era, se diferenció de Cristo y se humilló. Vio donde estaba su salvación; comprendió que era una lámpara, y temió que el viento de la soberbia la apagara
(Sermón 293, 3).
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