“Hay, en efecto, una resurrección en la fe, según la cual todo el que cree resucita en el espíritu. Y resucitará para su bien en el cuerpo aquel que haya resucitado antes en el espíritu, pues quienes no hayan resucitado antes en el espíritu por la fe no resucitarán en el cuerpo para aquella transformación en que será asumida y absorbida toda corrupción, sino que resucitarán íntegros para el castigo… La muerte según el espíritu consiste en no creer las vanidades que se creían y en no hacer el mal que se hacía, y la resurrección según el espíritu, en creer las cosas saludables que no se creían y en hacer el bien que no se hacía”
(Sermón 362, 23).
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