“En consecuencia, ésa es la vida verdadera, la vida eterna, que aún no hemos alcanzado mientras dura nuestra peregrinación lejos del Señor; pero la alcanzaremos, porque, mediante la fe, caminamos en el mismo Señor, si permanecemos con toda constancia en su palabra… Así, pues, en esta peregrinación y en esta vida, es decir, en la fe, ¿con qué os puedo exhortar sino con las palabras del Apóstol, que dice: Teniendo estas promesas, amadísimos, purifiquémonos de toda mancha de la carne y del espíritu, llevando a perfección la santificación en el temor del Señor? Pues quienes desean que le sea otorgada, antes de creer, aquella luz de la purísima e inmutable verdad, al no poder contemplarla sino mediante la fe, una vez purificado el corazón —dichosos los limpios de corazón, pues ellos verán a Dios—, son semejantes a hombres ciegos, que desean ver primero la luz corpórea de este sol para curarse de la ceguera, siendo así que no pueden verla si antes no son sanados”
(Sermón 246, 2).
No hay comentarios:
Publicar un comentario