“La madre Iglesia pone a su disposición los pies de otros para que lleguen, el corazón de otros para que crean, la lengua de otros para que hagan la profesión de fe; para que, como están enfermos a consecuencia del pecado de otros, así también, cuando hay otros sanos, se salven por la confesión que éstos hacen en su nombre. Que nadie susurre a vuestros oídos doctrinas extrañas. Así lo pensó y lo mantuvo siempre la Iglesia, así lo recibió de la fe de los antepasados y así lo conservará con constancia hasta el final. La razón: porque no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos”
(Sermón 176, 2).
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