“Hasta los impíos gentiles desean ser inmortales, pero no creen que puedan serlo. En verdad, quienes no han recibido la fe han perdido la esperanza de la inmortalidad. No es gran cosa, pues, desear la inmortalidad, pues ese deseo lo tienen incluso los impíos; pero sí es cosa grande creer que seremos inmortales y vivir de tal forma que podamos llegar a la inmortalidad misma. Porque todo hombre quisiera tener, si le fuera posible, el poder de un ángel, pero no su justicia; quiere poseer la inmortalidad, pero no la piedad”
(Sermón 335 H, 1).
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