“De esta manera retenía presente en su corazón a aquel cuya presencia bajo su techo rechazaba por sentirse indigno. Finalmente, dijo el Señor: No he hallado tanta fe en Israel. También era gentil aquella mujer cananea que, oyéndose llamar perro por el Señor e indigna de que se le arrojase el pan de los hijos, exigió, por su condición de perro, las migajas, y de esta forma mereció no serlo, porque no negó serlo. También ella, en efecto, escuchó de boca del Señor: ¡Oh mujer!, grande es tu fe. La humildad había producido en ella una fe grande, porque se había hecho pequeña”
(Sermón 203, 2).
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