“Tales son los que dicen: ¿Cómo me obligas a creer lo que no veo? Vea yo algo, y creeré. Me mandas creer a ciegas, y yo quiero que la fe me entre por los ojos, no por los oídos. Hable el profeta: Si no creéis, no entenderéis. Tú quieres subir, y te olvidas de las escaleras. ¿No es esto ponerlo todo al revés? ¡Hombre, hombre! Si yo pudiese ponerte las cosas delante de los ojos, no te exhortaría a creerlas”
(Sermón 126, 2).
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