“Declarándose indigno, se hizo digno; digno de que Cristo entrase no en las paredes de su casa, sino en su corazón. Pero no lo hubiese dicho con tanta fe y humildad si no llevase ya en el corazón a aquel que temía entrase en su casa. En efecto, no sería gran dicha el que el Señor Jesús entrase al interior de su casa si no se hallase en su corazón”
(Sermón 62, 1).
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