Ahora vemos su imagen

“Cuando, empero, llegue la visión facial prometida, veremos la Trinidad incorpórea, sumamente indivisible y verdaderamente inmutable, y la veremos con mayor claridad y certeza que ahora vemos su imagen, que somos nosotros; los que ven en este espejo y en este enigma -según es concedido ver en la vida presente- no son los que contemplan en su alma cuanto hemos recomendado y discutido, sino los que lo ven como una imagen y todo lo que ven lo relacionan con aquel cuya imagen son, y a través de esta su imagen que contemplando intuyen, ven por conjeturas a Dios, porque aun no lo pueden ver cara a cara” (La Trinidad 15, 23, 44).

La Trinidad y su imagen

“Una cosa es la Trinidad en sí y otra la imagen de la trinidad en una realidad diversa; por esta imagen se dice imagen aquella realidad donde se encuentran estas tres potencias; como imagen se dice la tabla y lo que en ella hay pintado; pero sólo a causa de la pintura que hay en ella se da a la tabla el nombre de imagen. Mas en la Trinidad excelsa, incomparablemente superior a todas las cosas, es tan acentuada la inseparabilidad, que, mientras una trinidad de hombres no se puede llamar un hombre, en ella se dice y es un solo Dios, y la Trinidad no existe en un Dios, sino que es un Dios. En esta imagen que es el hombre, aunque posee tres facultades, es una persona; mas no así en la Trinidad, donde existen tres personas: el Padre del Hijo, el Hijo del Padre y el Espíritu del Padre y del Hijo. Aunque la memoria del hombre ofrece, conforme a su capacidad, una semejanza muy imperfecta del Padre, es, cierto, incomparablemente inferior al original, pero al fin semejanza, en esta imagen de la Trinidad; y, asimismo, aunque la inteligencia del hombre, informada por la atención del pensamiento, cuando se dice lo que se sabe, verbo ideal que no pertenece a idioma alguno, ofrezca una cierta semejanza al Hijo en medio de una acentuada diferencia; y el amor del hombre, procedente de la ciencia y lazo de unión entre la memoria y la inteligencia, como algo común al padre y a la prole, tenga en esta imagen cierta semejanza, llena de imperfecciones, con el Espíritu Santo, sin embargo, mientras en esta imagen de la Trinidad las tres facultades no son el hombre, sino del hombre, en la Trinidad suprema, cuya imagen es el alma, las tres personas son un Dios, pero no pertenecen a un Dios; y no son una persona, sino tres personas. Misterio en verdad maravillosamente inefable e inefablemente maravilloso, pues siendo la imagen de la Trinidad una persona, la Trinidad excelsa son tres personas; con todo, esta Trinidad de tres personas es más indivisible que la trinidad de una sola persona” (La Trinidad 15, 23, 43).

Un solo Dios y tres personas

“Recuerdo por mi memoria, comprendo con mi inteligencia, amo con mi voluntad; y cuando dirijo la mirada de mi pensamiento a mi memoria, expreso en mi corazón lo que sé, y de mi ciencia se engendra un verbo verdadero, y ambas cosas son mías, el verbo y la ciencia. Yo soy el que conozco y hablo en mi corazón lo que sé. Y cuando pienso, descubro en mi memoria que comprendo y amo; pero la inteligencia y el amor preexistían a la función del pensamiento, y en mi memoria encuentro entonces mi entendimiento y mi amor, y por estas dos facultades soy yo el que entiendo y amo, no mi memoria... En breves razones. Yo recuerdo, comprendo y amo sirviéndome de mis tres facultades, aunque no soy mi memoria, ni mi entendimiento, ni mi amor; mas poseo estas tres realidades. Esto lo puede afirmar cualquier persona que disfrute de las tres mencionadas potencias, pues jamás es ella estas tres cosas. Pero en aquella suprema simplicidad que es Dios, aunque hay un solo Dios, son tres las personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo” (La Trinidad 15, 22, 42).

Las tres son personas

“¿Qué nos resta, pues, sino confesar que estas expresiones son partos de la indigencia, al hablar, en numerosas disputas, contra las insidias y errores de la herejía? Al afanarse la pobreza humana por poner al alcance de los sentidos del hombre, mediante el lenguaje, lo que opina en el secreto de sus pensamientos del Señor Dios, su Creador -ora sea creencia piadosa, ora una cierta inteligencia-, temió decir tres esencias, no fuera a sospecharse diversidad en aquella igualdad suprema. Además, no se puede negar sean tres, pues Sabelio, al negarlo, se despeñó en la herejía. De la Escritura se deduce con plena certeza lo que piadosamente creemos, y la mente con claridad lo percibe; esto es, que existe el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; que el Hijo no es el Padre, ni el Espíritu Santo es el Padre o el Hijo. Buscó, pues, la pobreza cómo expresar estas tres cosas, y las llamó sustancias o personas, no queriendo significar con estas palabras diversidad alguna ni tampoco nada singular o concreto, dando a entender la unidad al poner en Dios una esencia, y la Trinidad al distinguir tres sustancias o personas” (La Trinidad 7, 4, 9).

Es nuestra salud

“Y aquí es posible reciba alguna luz la cuestión que a muchos suele preocupar, a saber: por qué el Espíritu Santo no es Hijo, siendo así que salió del Padre, según se lee en los Evangelios. Salió como don, no como nacido, y por esto no se le llama Hijo, pues no es nacido como el Unigénito, ni renació por la gracia adoptiva, como nosotros. Lo que del Padre nace al Padre solo dice relación, como Hijo, y por eso se llama Hijo del Padre y no nuestro. Por el contrario, lo que se da dice relación al dador y a aquellos a quienes se da. Así, el Espíritu Santo se dice Espíritu del Padre y del Hijo, que lo dieron, y también nuestro, pues lo recibimos. El que da la salud se llama salud del Señor, y es también nuestra salud, porque la recibimos. El Espíritu es Espíritu de Dios, porque lo otorga, y nuestro, porque lo recibimos.” (La Trinidad 5, 14, 15).

La misma realidad es ser y saber

“Porque la esencia es allí verdadera y sumamente simple; el ser se identifica con el saber. Si, pues, en Dios el ser y el saber son una misma realidad, el Padre no es sabio por la sabiduría engendrada; de otra manera, Él no engendraría la sabiduría, sino que esta lo engendraría a Él. Y ¿qué otra cosa queremos significar cuando decimos que en Él se identifica el ser y el saber, sino que existe por lo mismo que es sabio? La causa de su sabiduría es razón de su existencia. Por consiguiente, si la sabiduría que Él engendró es causa de su saber, será también causa de su existencia. Lo que es imposible, a no ser por generación o creación, y nadie hasta hoy afirmó que sea la sabiduría causa generadora o creadora del Padre. ¿No será esto una locura? Luego el Padre mismo es sabiduría. El Hijo se llama sabiduría del Padre, como se le llama luz del Padre, esto es, luz de luz, y ambos una luz. Y lo mismo se ha de entender la expresión: 'sabiduría de sabiduría, y los dos una sabiduría'. Luego una esencia, porque la misma realidad es allí el ser y el saber. Lo que es a la sabiduría la ciencia, a la virtud el poder, a la eternidad el ser eterno, a la justicia el ser justo y a la magnitud el ser grande, es el ser a la esencia. Y puesto que en aquella simplicidad es una misma cosa el ser y el saber, una misma realidad es también la sabiduría y la esencia” (La Trinidad 7, 1, 2).

En Dios no hay accidentes

“Dios es, sin duda, sustancia, y si el nombre es más propio, esencia; en griego ousia. Sabiduría viene del verbo saber; ciencia, del verbo scire, y esencia, de ser. Y ¿quién con más propiedad es que aquel que dijo a su siervo Moisés: Yo soy el que soy; dirás a los hijos de Israel: El que es me envía a vosotros? Todas las demás sustancias o esencias son susceptibles de accidentes, y cualquier mutación, grande o pequeña, se realiza con su concurso; pero en Dios no cabe hablar de accidentes; y, por ende, sólo existe una sustancia o esencia inmutable, que es Dios, a quien con suma verdad conviene el ser, de donde se deriva la palabra esencia. Todo lo que se muda no conserva el ser; y cuanto es susceptible de mutación, aunque no varíe, puede ser lo que antes no era; y, en consecuencia, sólo aquel que no cambia es, sin escrúpulo, verdaderamente el Ser” (La Trinidad 5, 2, 3).

La luz fascinadora de la Verdad

“La sustancia, y hablando con más propiedad, la esencia de Dios, por lo poco que nosotros podemos rastrear del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, puesto que en ningún modo es mudable, se sigue que no puede ser por sí misma visible. Es, pues, manifiesto que todos aquellos fenómenos contemplados por los patriarcas cuando Dios se les aparecía en aquellos remotos tiempos, según la disposición de su economía, tenían lugar por mediación de la criatura… Tenemos, pues, la autoridad de las Sagradas Escrituras, de cuyo testimonio no es lícito a nuestra mente desviarse, para no precipitarnos en los abismos de las conjeturas, abandonando el fundamento rocoso de la palabra divina, donde ni el sentido terreno tiene poder ni esplende la luz fascinadora de la verdad” (La Trinidad 3, 11, 22).

La unicidad e igualdad de substanca

“Así, ciertos pasajes de la Escritura hablan del Padre y del Hijo para indicar unicidad e igualdad de sustancia... Algunos, por el contrario, hablan del Hijo como inferior al Padre, a causa de su forma servil, es decir, por la criatura que Él asumió de humana y mudable sustancia... Otros, finalmente, no indican ni inferioridad ni igualdad, sino simplemente procedencia... Esta regla de la Escritura no significa inferioridad de uno de ellos con relación al otro, sino que da a entender que uno procede del otro. Regla que algunos han interpretado como si el Hijo fuera inferior al Padre. Ciertos escritores de los nuestros, asaz ignorantes y poco versados en estas materias, se afanan por entender dichas expresiones según la forma de siervo, y como la sana razón rehúsa su asentimiento, se turban. Para que esto no suceda es preciso seguir esta regla, según la cual el Hijo de Dios, si bien procede del Padre, no es inferior al Padre; y en los mencionados testimonios se demuestra no su desemejanza, sino su nacimiento” (La Trinidad 2, 1, 3).

El Espíritu Santo está en vosotros

“¿Podrá acaso creerse que el Espíritu Santo queda excluido del alma del amante, donde el Padre y el Hijo tiene su morada? ¿Cómo entonces dice Cristo más arriba, hablando del Espíritu Santo, que el mundo no lo puede recibir, porque no lo ve; vosotros le conocéis, porque en vosotros permanece y en vosotros está? No queda, pues, excluido de esta morada aquel de quien se dijo: con vosotros permanece y en vosotros está. A no ser que haya alguien tan disparatado que, cuando el Padre y el Hijo vienen a morar en el amante, crea que el Espíritu Santo se retira discretamente, como para ceder el puesto a los que le son superiores. Pero a este pensamiento carnal se opone la Escritura al decir líneas antes: Y yo rogaré al Padre, y os enviará otro abogado que para siempre esté con vosotros. Luego no se retira el Espíritu Santo cuando vienen el Padre y el Hijo, y habitará con ellos en la misma mansión eternamente; porque ni Él viene sin ellos ni ellos sin Él. Para insinuar la Trinidad de personas, ciertas cosas se dicen de alguna de ellas, pero nunca exclusivamente, a causa de la unidad de esta Trinidad, pues una es la esencia y deidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (La Trinidad 1, 9, 19).

Los tres pertenecen a la unidad trina

“Cuantos intérpretes católicos de los libros divinos del Antiguo y Nuevo Testamento he podido leer, anteriores a mí en la especulación sobre la Trinidad, que es Dios, enseñan, al tenor de las Escrituras, que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, de una misma e idéntica sustancia, insinúan, en inseparable igualdad, la unicidad divina, y, en consecuencia, no son tres dioses, sino un solo Dios. Y aunque el Padre engendró al Hijo, el Hijo no es el Padre; y aunque el Hijo es engendrado por el Padre, el Padre no es el Hijo; y el Espíritu Santo no es ni el Padre ni el Hijo, sino el Espíritu del Padre y del Hijo, al Padre y al Hijo coigual y perteneciente a la unidad trina. Sin embargo, la Trinidad no nació de María Virgen, ni fue crucificada y sepultada bajo Poncio Pilatos, ni resucitó al tercer día, ni subió a los cielos, sino el Hijo solo; ni descendió la Trinidad en figura de paloma sobre Jesús el día de su bautismo; ni en la solemnidad de Pentecostés, después de la ascensión del Señor, entre viento huracanado y fragores del cielo, vino a posarse, en forma de lenguas de fuego, sobre los apóstoles, sino sólo el Espíritu Santo. Finalmente, no dijo la Trinidad desde el cielo: Tú eres mi Hijo, cuando Jesús fue bautizado por Juan, o en el monte cuando estaba en compañía de sus tres discípulos, ni al resonar aquella voz: Le he glorificado y volveré a glorificar, sino que era únicamente la voz del Padre, que hablaba a su Hijo, si bien el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sean inseparables en su esencia y en sus operaciones. Y esta es mi fe, pues es la fe católica” (La Trinidad 1, 4, 7).

No puedes ver la divinidad

“La pupila humana no puede ver en modo alguno la divinidad, y los que la contemplan no son hombres, sino superhombres. Luego con pleno derecho se han de entender del Dios Trinidad las palabras bienaventurado y solo poderoso, que manifiesta en el tiempo oportuno la venida de nuestro Señor Jesucristo. La expresión: El único que posee la inmortalidad ofrece el mismo sentido que aquella otra: el único que obra prodigios. Desearía saber cómo la interpretan mis adversarios, pues si sólo al Padre la aplican, ¿cómo será cierta la afirmación del Hijo cuando dice: Todo lo que el Padre hace lo hace igualmente el Hijo? ¿Hay, por ventura, algo más prodigioso entre los prodigios que resucitar y vivificar los cadáveres? Pues el mismo Hijo dice: Como el Padre resucita a los muertos y los vivifica, así el Hijo vivifica a los que quiere. ¿Cómo obrará el Padre solo milagros, si estas palabras no permiten entenderlas del Padre solo, o del Hijo solo, sino del único verdadero Dios esto es, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo?” (La Trinidad 1, 6, 11).

La Trinidad obra inseparblemente

“Pero algunos se turban cuando oyen decir que el Padre es Dios, que el Hijo es Dios y que el Espíritu Santo es Dios, y, sin embargo, no hay tres dioses en la Trinidad, sino un solo Dios; y tratan de entender cómo puede ser esto: especialmente cuando se dice que la Trinidad actúa inseparablemente en todas las operaciones de Dios; con todo, no fue la voz del Hijo, sino la voz del Padre, la que resonó; sólo el Hijo se apareció en carne mortal, padeció, resucitó y subió al cielo; y sólo el Espíritu Santo vino en figura de paloma. Y quieren entender cómo aquella voz del Padre es obra de la Trinidad, y cómo aquella carne en la que sólo el Hijo nació de una Virgen es obra de la misma Trinidad, y cómo pudo la Trinidad actuar en la figura de paloma, pues únicamente en ella se apareció el Espíritu Santo. Pues de no ser así, la Trinidad no obraría inseparablemente, y entonces el Padre sería autor de unas cosas, el Hijo de otras y el Espíritu Santo de otras; o si ciertas operaciones son comunes y algunas privativas de una persona determinada, ya no es inseparable la Trinidad. Les preocupa también saber cómo el Espíritu Santo pertenece a dicha Trinidad no siendo engendrado por el Padre, ni por el Hijo, ni por ambos a una, aunque es Espíritu del Padre y del Hijo. Estas son, pues, las cuestiones que hasta cansarnos nos proponen; y si Dios se complace en ayudar nuestra pequeñez, ensayaremos responderles, evitando caminar con aquel que de envidia se consume. Si afirmo que no suelen venirme al pensamiento tales problemas, mentiría; y si confieso que estas cosas tienen holgada dimensión en mi entendimiento, pues me inflamo en el amor de la verdad a indagar, me asedian, con el derecho de la caridad, para que les indique las soluciones encontradas. No es que haya alcanzado la meta, o sea ya perfecto (si el apóstol San Pablo no se atrevió a decirlo de sí, ¿cómo osaré yo pregonarlo, estando tan distanciado de él y bajo sus pies?); mas olvido lo que atrás queda y me lanzo, según mi capacidad, a la conquista de lo que tengo delante y corro, con la intención, hacia la recompensa de la vocación suprema. Dónde me encuentro en este caminar, y dónde he llegado y cuánto me falta para alcanzar el fin, es lo que desean saber de mí aquellos de quienes la caridad libre me hace humilde servidor. Es menester, y Dios me lo otorgará, que yo mismo aprenda enseñando a mis lectores, y al desear responder a otros, yo mismo encontraré lo que buscando voy. Tomo sobre mí este trabajo por mandato y con el auxilio del Señor, nuestro Dios, no con el afán de discutir autoritariamente, sino con el anhelo de conocer lo que ignoro discurriendo con piedad” (La Trinidad 1, 5, 8).

Discurrir sobre lo inefable

“Al discurrir sobre lo inefable, para expresar de algún modo lo que es imposible enunciar, nuestros griegos dicen una esencia y tres sustancias; los latinos, una esencia o sustancia y tres personas, pues en el idioma latino, según queda dicho, esencia y sustancia son términos sinónimos… Pues que son tres lo asegura la fe verdadera, al decirnos que el Padre no es el Hijo y que el Espíritu Santo, Don de Dios, no es ni el Padre ni el Hijo. Cuando se nos pregunta que son estos o estas tres, nos afanamos por encontrar un nombre genérico o específico que abrace a los tres, y nada se le ocurre al alma, porque la excelencia infinita de la divinidad trasciende la facultad del lenguaje. Más se aproxima a Dios el pensamiento que la palabra, y más la realidad que el pensamiento… El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, puesto que son tres, investiguemos qué tres son y qué tienen de común. No es común ciertamente el ser Padre, de manera que mutuamente sean padres. De los amigos se puede decir que son tres, pues lo son relativa y recíprocamente. No así en la Trinidad, donde sólo el Padre es padre y no es Padre de dos hijos, sino de un Hijo único; ni son tres los hijos, porque en la Trinidad el Padre no es hijo, ni lo es tampoco el Espíritu Santo; ni son tres los espíritus santos, pues ni el Padre ni el Hijo son Espíritu Santo, Don de Dios en sentido personal. ¿Qué son, pues, estos tres? Si decimos que son tres personas, la cualidad de persona es allí común. Esta sería, conforme al lenguaje corriente, su denominación genérica o específica” (La Trinidad 7, 4, 7).

Es un intrincado problema

“Siendo esto así, quiero que leas entre tanto todas las cosas que tengo escritas tocantes a la cuestión, y también otras muchas que tengo entre manos y que todavía no he podido exponer por la magnitud de este intrincado problema. Por ahora retén con fe inquebrantable que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo son la Trinidad, pero un solo Dios; que no tienen en común como una cuarta divinidad, sino que esta es la misma e inseparable Trinidad; que sólo el Padre engendró al Hijo, y que sólo el Hijo fue engendrado por el Padre y que el Espíritu Santo es Espíritu del Padre y del Hijo. Si cuando piensas en esto te viene a las mientes alguna semejanza corporal, recházala, evítala, niégala, ahuyéntala, húyela. No es pequeño principio del conocimiento de Dios el conocer ya lo que Dios no es antes de que podamos saber lo que es” (Epístola 120, 3, 13).

Encontré dentro de ti tres cosas

“Basta con esto. No digo: El Padre es la memoria, el Hijo el entendimiento, el Espíritu Santo la voluntad. No lo afirmo; de cualquier manera que se entienda, no me atrevo. Dejemos estas cosas mayores para quienes puedan comprenderlas; débiles, hemos dicho lo que pudimos a otros débiles también. No digo que estas facultades hayan de equipararse a la Trinidad, como por analogía, es decir, estableciendo una cierta comparación. No digo eso. ¿Qué es, pues, lo que digo? Pues que encontré dentro de ti tres cosas que se manifiestan separadamente y obran inseparablemente. Y que el nombre de cada una de ellas ha sido obra de las tres, sin que, sin embargo, pertenezca a las tres, sino a una sola de ellas. Cree, por tanto, que existe en Dios, aunque no puedas verlo, lo mismo que has oído, visto y retenido en ti. Lo que existe en ti puedes conocerlo; pero ¿cómo podrás conocer lo que existe en quien te creó, sea lo que sea? Y aunque algún día pudieras, ahora no puedes todavía. Con todo, dado el caso que pudieras, ¿acaso podrás conocer tú a Dios como se conoce Él a sí mismo? Baste esto a vuestra caridad; lo que pudimos eso dijimos. Cumplimos la promesa a quienes nos lo exigen. Las restantes cosas que deberían añadirse para completar vuestros conocimientos, pedídselas al Señor” (Sermón 52, 23).

Medítese santamente

“Quiero añadir todavía algo, para lo que requiero de vosotros una atención realmente más viva y devoción para con Dios. Solamente los cuerpos están sometidos al espacio y ocupan lugar. La divinidad está más allá de los lugares corpóreos. Nadie la busque como si residiera en el espacio. Está en todas partes, invisible e inseparablemente: no aquí más y allí menos, sino en todas partes en su totalidad y en ningún lugar dividida. ¿Quién ve esto? ¿Quién lo comprende? Detengámonos un poco; recordemos quiénes hablamos y de qué estamos hablando. Esto o aquello, cualquier cosa que sea lo que Dios es, créase piadosamente, medítese santamente, y en la medida que se nos conceda, en la medida que sea posible, compréndase aunque no sea posible expresarlo. Cesen las palabras, calle la lengua; despiértese y levántese hacia allí el corazón. No es algo que tiene que subir al corazón del hombre, sino algo adonde el corazón del hombre ha de subir. Prestemos atención a la criatura: Desde la creación del mundo, lo invisible de Él es conocido por la mente a través de lo que ha sido hecho. Quizá en las cosas que hizo Dios, con las cuales tenemos cierta familiaridad por la costumbre, podamos encontrar alguna semejanza que nos sirva para probar que existe un conjunto de tres cosas, las cuales se nos presentan separadas y actúan inseparablemente” (Sermón 52, 15).

Acercarse a Dios

“Dice la Escritura que todos tenían una sola alma y un solo corazón en Dios. Prestad atención, hermanos, y por aquí entended el misterio de la Trinidad; como decimos el Padre es, el Hijo es, el Espíritu Santo es, y, sin embargo, es un solo Dios. Había allí tantos miles, y sólo había un corazón; tantos miles, y sólo había un alma. Pero, ¿en dónde? En Dios. ¡Cuánto más será uno solo el mismo Dios! ¿Acaso empleo mal las palabras cuando digo dos hombres, muchas almas? Ciertamente digo bien. Acérquense a Dios y todos tienen una sola alma. Si acercándose a Dios muchas almas por la caridad son una sola alma y muchos corazones un solo corazón, ¿qué hará la fuente misma de la caridad en el Padre y en el Hijo? ¿No será allí con mayor razón la Trinidad un solo Dios? De allí nos viene a nosotros la caridad del Espíritu Santo, como dice el Apóstol: La caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que nos ha sido dado. Si, pues, la caridad de Dios, derramada en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado, hace que muchas almas sean una sola alma y que muchos corazones sean un solo corazón, ¿cuánto más el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo serán un solo Dios, una sola Luz, un solo Principio?” (Comentario al evangelio de Juan 39, 5).

Dios mora en ti

“En los justos tendrán su morada el Padre y el Hijo juntamente con el Espíritu Santo; dentro de ellos morará Dios como en su templo. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo vienen a nosotros cuando nosotros vamos a ellos: vienen prestando su ayuda, vamos prestando obediencia; vienen iluminando, vamos contemplando; vienen llenando, vamos acogiendo; de modo que para nosotros su visión no sea externa, sino interna; y su permanencia en nosotros no sea transitoria, sino eterna. De esta manera no se manifiesta el Hijo al mundo; entendiendo aquí por mundo a aquellos de los cuales dijo a continuación: Quien no me ama, no guarda mi doctrina. Estos son los que jamás han de ver al Padre y al Espíritu Santo. Por un corto tiempo verán al Hijo, no para ser dichosos, sino para ser juzgados. Mas no le verán como Dios, que será invisible con el Padre y el Espíritu Santo, sino como hombre, que en su pasión quiso ser despreciado por el mundo, y será terrible en el juicio” (Comentario al evangelio de Juan 76, 4).

Comprender la Trinidad

“¿Quién será capaz de comprender la Trinidad omnipotente? ¿Y quién no habla de ella, si es que de ella habla? Rara el alma que, cuando habla de ella, sabe lo que dice. Y contienden y se pelean, mas nadie sin paz puede ver esta visión. Quisiera yo que conociesen los hombres en sí estas tres cosas. Cosas muy diferentes son estas tres de aquella Trinidad; mas las digo para que se ejerciten en sí mismos y prueben y sientan cuán diferentes son. Y las tres cosas que digo son: ser, conocer y querer. Porque yo soy, y conozco, y quiero: soy esciente y volente y sé que soy y quiero y quiero ser y conocer… Ahora, si es por hallarse en ella estas tres cosas por lo que hay allí Trinidad, o si estas tres cosas se hallan en cada una para que cada una de ellas sea eterna, o si tal vez se realizan ambas cosas por modos maravillosos, simple y múltiplemente, siendo en sí para sí fin infinito, por el que es y se conoce a sí misma y se basta inconmutablemente a sí por la abundante magnitud de su unidad, ¿quién podrá fácilmente imaginarlo? ¿Quién podrá explicarlo de algún modo? ¿Quién se atreverá temerariamente a definirlo de cualquier modo?” (Confesiones 13, 11, 12).

Abraza a Dios Amor

“Nadie diga: no sé qué amar. Ame al hermano y amará el amor. Mejor conoce la dilección que le impulsa al amor que al hermano a quien ama. He aquí como puedes conocer mejor a Dios que al hermano; más conocido porque está más presente; más conocido porque es algo más íntimo; más conocido porque es algo más cierto. Abraza a Dios amor y abraza a Dios por amor. Es el amor el que nos une con vínculo de santidad a todos los ángeles buenos y a todos los siervos de Dios; nos aglutina a ellos y nos somete a Él. Cuanto más inmunizados estemos contra la hinchazón del orgullo, más llenos estaremos de amor. Y el que está lleno de amor, ¿de qué está henchido sino de Dios? Pero dirás: veo la caridad y la contemplo, en cuanto puedo, con los ojos de mi inteligencia, y doy fe a la Escritura, que dice: Dios es amor, y quien permanece en el amor, en Dios permanece; mas cuando en el amor reflexiono, no descubro la Trinidad. Ves la Trinidad si ves el amor. Si puedo, te haré ver que lo ves. Ella nos asiste para que la dilección nos conduzca a buen suceso. Cuando amamos el amor, por el hecho de amar, ya amamos algo que ama. Y ¿qué ama el amor para que sea amado el amor? El amor que no ama no es amor. Si se ama a sí mismo, es menester amar ya alguna cosa para que se ame el amor” (La Trinidad 8, 8, 12).

Dios es luz y verdad

“Y en lo espiritual, nada de lo que se nos ocurra mudable se tenga por Dios. No es pequeño conocimiento, cuando del abismo de nuestra vileza nos elevamos a estas cumbres, y antes de comprender lo que es Dios podemos saber ya lo que no es. Dios, ciertamente, ni es cielo, ni tierra, ni algo semejante al cielo o a la tierra, ni algo parecido a lo que vemos en el cielo o a lo que no vemos, pero cuya existencia quizá es posible en el cielo… ¡Oh alma, sobrecargada con un cuerpo corruptible y agobiada por varios y múltiples pensamientos terrenos; oh alma, comprende, si puedes, cómo Dios es verdad! Está escrito: Dios es luz; pero no creas que es esta luz que contemplan los ojos, sino una luz que el corazón intuye cuando oyes decir: Dios es verdad. No preguntes qué es la verdad, porque al momento centenares de corpóreas imágenes y nubes de fantasmas se interponen en tu pensamiento, velando la serenidad que brilló en el primer instante en tu interior, cuando dije: Verdad. Permanece, si puedes, en la claridad inicial de este rápido fulgor de la verdad; pero no te es posible, volverás a caer en los pensamientos terrenos en ti habituales. Y ¿cuál es, te ruego, el peso que te arrastra hacia la sima, sino la viscosidad de tus sórdidas apetencias y los errores de tu peregrinación?” (La Trinidad 8, 2, 3).

La inhabitación es inseparable

“Siendo esto así, puesto que la remisión de los pecados no se da sino en el Espíritu Santo, sólo puede darse en aquella Iglesia que tiene el Espíritu Santo. Eso se verifica en la remisión de los pecados, para que el príncipe del pecado, ese espíritu que está dividido contra sí mismo, no reine en nosotros, para que librados de la potestad del espíritu inmundo, nos convirtamos luego en templos del Espíritu Santo, que nos limpia dándonos el perdón, y recibiendo a ese huésped para actuar, aumentar y perfeccionar la justicia… No habita en nadie el Espíritu Santo sin el Padre y el Hijo, como tampoco el Hijo sin el Padre y el Espíritu Santo, ni el Padre sin los otros dos. La inhabitación es inseparable, pues es inseparable su operación… La sociedad de unidad de la Iglesia de Dios, fuera de la cual no se da la remisión de los pecados, es como obra propia del Espíritu Santo; pero cooperan el Padre y el Hijo, puesto que el Espíritu Santo es en cierto modo la sociedad del Padre y del Hijo. El Hijo y el Espíritu Santo no tienen en común el Padre, pues no es Padre de ambos; el Padre y el Espíritu Santo no tienen en común el Hijo, pues no es hijo de ambos; en cambio, el Padre y el Hijo tienen en común al Espíritu Santo, pues es Espíritu único de ambos” (Sermón 71, 33).

La incorruptible Trinidad

“Sabéis, hermanos, que en la invisible e incorruptible Trinidad, que mantienen y predican la fe verdadera y la Iglesia católica, Dios Padre no es padre del Espíritu Santo, sino del Hijo; y Dios Hijo no es hijo del Espíritu Santo, sino del Padre; y Dios Espíritu Santo no es espíritu de sólo el Padre o de sólo el Hijo, sino del Padre y del Hijo; y esta Trinidad, aun mantenida la propiedad y sustancia de las personas singulares, no es tres dioses, sino un solo Dios por la esencia o naturaleza individida e inseparable de eternidad, verdad, bondad. Por eso, según nuestra capacidad, y en cuanto se nos permite ver estas cosas por espejo y en enigma, especialmente a hombres como nosotros, se nos presenta en el Padre el origen, en el Hijo la natividad, en el Espíritu Santo del Padre y del Hijo la comunidad, y en los tres la igualdad. Así, lo que es común al Padre y al Hijo, quisieron que estableciera la comunión entre nosotros y con ellos; por ese don nos recogen en uno, pues ambos tienen ese uno, esto es, el Espíritu Santo, Dios y don de Dios. Mediante Él nos reconciliamos con la divinidad y gozamos de ella. ¿De qué nos serviría conocer algún bien si no lo amásemos? Así como entendemos mediante la verdad, amamos mediante la caridad, para conocer más perfectamente y gozar felices de lo conocido. Y la caridad se ha difundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha donado” (Sermón 71, 18).

El hombre imagen de Dios

“El sentido que debemos más bien elegir en estas palabras, hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, es que no las entendemos como dichas en singular, sino en plural, porque no fue hecho el hombre a imagen de solo el Padre o de solo el Hijo o de solo el Espíritu Santo, sino a imagen de esta Trinidad; cuya Trinidad de tal modo es Trinidad que es un solo Dios, y de tal forma es un solo Dios que es Trinidad. No dice, pues, hablando el Padre por el Hijo, hagamos al hombre a tu imagen o a imagen mía, sino que pluralmente dice a imagen y semejanza nuestra; y ¿quién se atreverá a separar al Espíritu Santo de esta pluralidad? Esta pluralidad no es tres dioses; por eso se ha de entender que después la Escritura introdujo el singular diciendo: E hizo Dios al hombre a imagen de Dios, para que no se tomase como si Dios Padre hiciera al hombre a imagen de Dios, es decir, de su Hijo, pues de otro modo, ¿cómo es verdadero lo que se dijo, a imagen nuestra, si el hombre fue hecho únicamente a imagen del Hijo? Por ser verdadero lo que dijo Dios, a imagen nuestra, por eso se dijo así: Hizo Dios al hombre a imagen de Dios, como si dijera a imagen suya, que es la misma Trinidad” (Del Génesis a la letra, incompleto 16, 61).

Vestíos del hombre nuevo

“El hombre fue creado a imagen de Dios, no según su forma corpórea, sino por su alma racional; así lo declaran de consuno la razón verdadera y la autoridad del Apóstol. Pensamiento vano y grosero sería imaginar a Dios circunscrito y limitado por configuración de miembros corporales. ¿No nos dice el santo Apóstol: Renovaos en el espíritu de vuestra mente y vestíos del hombre nuevo, creado según Dios; y más claramente en otro lugar: Despojaos del hombre viejo con sus actos, y vestid el nuevo, que se renueva en el conocimiento de Dios, según la imagen del que le creó? Si nos renovamos en el espíritu de nuestra mente, el hombre nuevo se remoza en el conocimiento de Dios según la imagen de su Creador; luego para nadie ofrece duda que el hombre ha sido hecho a imagen del que lo creó, pero no según el cuerpo o según una parte cualquiera de su alma, sino según su mente racional, sede del conocimiento de Dios” (La Trinidad 12, 7, 12).

Él es el Dios-Amor

“Así como damos propiamente el nombre de sabiduría al Verbo único de Dios, aunque en sentido universal el Padre y el Espíritu Santo son sabiduría, allí llamamos por apropiación al Espíritu Santo amor, aunque en sentido ecuménico eran también amor el Padre y el Hijo… Luego el Espíritu Santo hace que permanezcamos en Dios y Dios en nosotros, y esta obra es del amor. Por consiguiente, Él es el Dios-Amor. Por fin, al repetir poco después que Dios es caridad, añade a continuación: El que permanece en el amor, en Dios permanece y Dios en él. Poco antes había dicho: Conocemos que permanecemos en Él y Él en nosotros porque nos dio de su Espíritu. Por consiguiente, el Dios-Amor es el Espíritu Santo. Cuando este Espíritu, Dios de Dios, se da al hombre, le inflama en amor de Dios y del prójimo, pues Él es amor. No puede el hombre amar a Dios si no es por Dios. Por esta causa dice san Juan: Amemos a Dios, porque Él nos amó primero. Y el apóstol san Pablo: La caridad de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (La Trinidad 15, 17, 31).

Dios es prncipio único

“Se dice, pues, en sentido relativo, Padre, y en sentido relativo se dice también principio, y quizá alguna otra expresión. Padre se dice con relación al Hijo; empero, principio dice habitud a cuantas criaturas por Él existen… Y cuando llamamos principio al Padre, y al Hijo también principio, no queremos decir que sean dos los principios de la criatura, porque el Padre y el Hijo, en orden a la creación, son un solo principio, como son un solo Creador y un solo Dios. Y si cuanto, permaneciendo en sí, actúa y engendra, es principio de la cosa engendrada y hecha, no podemos negar al Espíritu Santo esta propiedad de principio, pues no lo excluimos de la apelación de creador; está escrito que obra y permanece en sí mientras actúa, sin convertirse o transformarse en las cosas que ejecuta… Si, en concreto, se nos pregunta sobre el Espíritu Santo, respondemos con toda verdad que es Dios. Y un solo Dios juntamente con el Padre y el Hijo. Luego Dios es principio único con relación a la criatura, y no pueden ser dos o tres principios” (La Trinidad 5, 13, 14).

Allí el tiempo no existe

“Si cuanto el Hijo tiene, del Padre lo recibe, del Padre recibe el que proceda de Él el Espíritu Santo. Pero nadie imagine aquí noción alguna del tiempo. Antes o después, porque allí el tiempo no existe… Sólo el Padre no procede de otro; por eso es el único que se denomina ingénito, no en las Escrituras, sino en el lenguaje usual de los que tratan de tan encumbrado misterio y se expresan como pueden. El Hijo es nacido del Padre, y el Espíritu Santo procede originariamente del Padre, y por don del Padre, sin intervalo de tiempo, procede de los dos como de un principio común. Se le podría llamar hijo del Padre y del Hijo si, lo que el buen sentido rechaza con horror, ambos lo hubieran engendrado. De los dos procede el Espíritu de ambos, pero por ninguno de ellos fue engendrado” (La Trinidad 15, 26, 47).

El Espíritu Santo

“Pero uno lo recibimos para existir, el otro lo recibimos para ser santos. De San Juan está escrito que vino en el espíritu y virtud de Elías. Se llama aquí espíritu de Elías al Espíritu Santo, que recibió Elías. Esto mismo se ha de entender de Moisés cuando le dice el Señor: Y tomaré del espíritu que hay en ti y se lo daré a ellos. Esto es, les daré del Espíritu Santo, que antes te había dado a ti. Si el don tiene su principio en el donante, pues de él recibe cuanto tiene, hemos de confesar que el Padre y el Hijo son un solo principio del Espíritu Santo, no dos principios. Pero así como el Padre y el Hijo son un solo Dios, y respecto a las criaturas son un solo Creador y un solo Señor, así con relación al Espíritu Santo son un solo principio; y con relación a las criaturas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo principio, como uno es el Creador y uno es el Señor” (La Trinidad 5, 14, 15).

El Espíritu de ambos

“Ahora es ya tiempo de discurrir acerca del Espíritu Santo en la medida que Dios nos lo otorgue. Este Espíritu, según las Sagradas Escrituras, no lo es del Padre solo, o del Hijo solo, sino de ambos; y por eso nos insinúa la caridad mutua con que se aman el Padre y el Hijo… No dijo la Escritura que el Espíritu Santo es amor. Si esto dijera, habría suprimido no pequeña parte de la cuestión; sino que Dios: Dios es amor; como para dejarnos en la incertidumbre y, por ende, para que investiguemos si este amor es Dios Padre, o Dios Hijo, o Dios Espíritu Santo, o Dios Trinidad” (La Trinidad 15, 17, 27).

La unidad sustantiva

“Sentemos como fundamental que todo cuanto en aquella divina y excelsa sublimidad se refiere a sí misma es sustancia, y cuanto en ella dice proyección a otro término no es sustancia, sino relación. Y tal es la virtud de esta unidad sustantiva en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, que todo lo que se predica en sentido absoluto de cada uno, no se predica en plural, sino en singular. Así decimos que el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, y nadie duda que Dios sea sustancia; sin embargo, no hay tres dioses, sino un solo Dios, que es la Trinidad excelsa… En resumen: cuanto atañe a la naturaleza de Dios, es decir, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, esto es, del Dios Trinidad, se ha de predicar en singular de cada una de las divinas personas, y no en plural; pues para Dios no es una realidad el ser y otra el ser grande, porque en Él se identifica el ser y la grandeza” (La Trinidad 5, 8, 9).

“El Hijo, a su vez, en sí mismo considerado, se llama Hijo, no porque lo sea juntamente con el Padre, sino porque lo es con relación al Padre; mas no puede decirse que sea grande en sí mismo, sino a una con el Padre, de quien es grandeza, y sabio juntamente con el Padre, de quien es sabiduría. Y el Padre es sabio juntamente con el Hijo, pues es sabio con la sabiduría engendrada. Y cuanto dice relación a la esencia no se ha de entender del uno sin el otro; esto es, todo lo que a la sustancia se refiere, de ambos se ha de predicar. Y si esto es así, ni el Padre es Dios sin el Hijo, ni el Hijo es Dios sin el Padre, pues ambos son un Dios. Y cuando se dice: En el principio existía la Palabra, se ha de entender que el Verbo existía en el Padre” (La Trinidad 6, 2, 3).

La caridad es Dios

“Mas cuando se llegó a la caridad, que es Dios, según las santas Escrituras, principió a brillar con tenues fulgores una trinidad: el amante, lo que se ama y el amor. Pero como aquella luz inefable deslumbró nuestra mirada y nos hizo sentir la debilidad de nuestra mente para poder atemperarnos a ella, como descanso de la atención fatigada, fijamos la mirada de nuestra reflexión en nuestra propia mente, según la cual fue el hombre creado a imagen de Dios, por sernos su conocimiento más familiar y ocupar un término medio entre el principio y el remate de nuestro estudio” (La Trinidad 15, 6, 10).

Siempre están unidos

“Y no porque sea Trinidad debemos imaginarla triple, pues en esta hipótesis el Padre solo o el Hijo solo serían menores que el Padre y el Hijo juntos. Aunque, a decir verdad, ni siquiera se concibe cómo pueda decirse el Padre solo o el Hijo solo, porque el Padre siempre e inseparablemente está con su Hijo, y este con su Padre, no porque los dos sean el Padre o ambos el Hijo, sino porque siempre están unidos y nunca distanciados. Mas así como decimos, hablando de la Trinidad, un solo Dios, aunque esté en compañía de los espíritus y almas santas –decimos un solo Dios, pues estos no son dioses con Él-, así sólo al Padre llamamos Padre, y no porque esté separado del Hijo, sino porque ambos no son el Padre” (La Trinidad 6, 7, 9).

El bien simple

“Hay sólo un bien simple, y por esto un solo bien inmutable, que es Dios. Por Él fueron creados todos los bienes, pero no simples, y, por tanto, mudables. El decir creados quiere decir hechos, no engendrados. Pues lo que es engendrado del bien simple, es simple también y es lo mismo que aquel de quien fue engendrado. A estos dos seres los llamamos Padre e Hijo; y uno y otro con el Espíritu Santo son un solo Dios. Este Espíritu del Padre y del Hijo recibe en las Sagradas Escrituras el nombre de Espíritu Santo con un valor propio de este nombre. Es distinto del Padre y del Hijo, porque no es ni el Padre ni el Hijo. He dicho que es distinto, no que es otra cosa; porque Él es igualmente un bien simple, inmutable y coeterno. Y esta Trinidad es un solo Dios; no deja de ser simple por ser Trinidad… Se llama simple porque lo que ella tiene eso es, si exceptuamos la relación que cada persona dice con respecto a las otras. Pues ciertamente el Padre tiene un Hijo, pero Él no es el Hijo; y el Hijo tiene un Padre, pero Él no es Padre. Por tanto, en lo que dice relación a sí mismo y no a otro, eso es lo que tiene” (La Ciudad de Dios 11, 10, 1).

La relación Padre Hijo

“El Padre dice relación al Hijo, y el Hijo dice relación al Padre, y esta relación no es accidente, porque uno siempre es Padre y el otro siempre es Hijo; y no como si dijéramos que desde que existe el Hijo no puede dejar de ser Hijo, y el Padre no puede dejar de ser Padre, sino a parte antea, es decir, que el Hijo siempre es Hijo y nunca principió a ser Hijo. Porque si conociese principio o alguna vez dejase de ser Hijo, sería esta denominación accidental. Y si el Padre fuera Padre con relación a sí mismo y no con relación al Hijo, y el Hijo dijese habitud a sí mismo y no al Padre, la palabra Padre y el término Hijo serían sustanciales… En consecuencia, aunque sean cosas diversas ser Padre y ser Hijo, no es esencia distinta; porque estos nombres se dicen no según la sustancia, sino según lo relativo; y el relativo no es accidente, pues no es mudable” (La Trinidad 5, 5, 6).

Escrutando los secretos

“El que tenga fuerzas para penetrar con la luz de su inteligencia en los arcanos de este misterio y logre comprender con certeza que es el Padre, o que sólo puede ser el Hijo o el Espíritu Santo, el que se puede manifestar mediante la criatura visible a los ojos humanos, siga escrutando estos secretos y tradúzcalos y expréselos, si es posible, en palabras; en cuanto a mí, ciñéndome a este texto de la Escritura, donde se dice que Dios conversó con el hombre, declaro la cuestión asaz oscura, pues no hay evidencia de si Adán vio con los ojos del cuerpo a Dios… No creo sea temeridad, supuesta en la Escritura la existencia de un paraíso terrenal, admitir que Dios se haya paseado bajo las apariencias de humana figura. Cierto que el hombre puede oír la voz sin ver forma humana… Y cierto que no es porque la voz pudiera resonar sin la cooperación del Hijo y del Espíritu Santo –la Trinidad actúa siempre inseparablemente-, sino para significar que en aquella voz se manifestaba tan solo la persona del Padre; como también opero la Trinidad en la forma humana nacida en la Virgen María, pero solamente la persona del Hijo se humanó. La Trinidad invisible actuó en la persona del Hijo” (La Trinidad 2, 10, 18).

Enviado por el Padre

“Si, pues, el Hijo se dice enviado por el Padre, porque este es Padre y aquel es Hijo, nada impide creer que el Hijo sea igual, coeterno y consustancial al Padre, aunque el Hijo sea enviado por el Padre. Y no porque uno sea mayor e inferior el otro, sino porque uno es Padre y el otro es Hijo; aquel el engendrador, este el engendrado; aquel el que envía, este el enviado. Es el Hijo quien procede del Padre, no el Padre del Hijo. En este sentido hemos de entender la misión del Hijo, pues fue enviado no sólo porque el Verbo se hizo carne, sino también porque fue enviado para que se hiciera carne y con su presencia corporal obrara cuantas cosas estaban escritas de Él; es decir, no sólo para que se entienda que el Verbo es el hombre enviado, sino también para dar a entender que el Verbo ha sido enviado para que se encarnase. Y es enviado no porque sea de inferior jerarquía sustancial o porque no sea igual al Padre en algún otro atributo, sino porque el Hijo procede del Padre y no el Padre del Hijo” (La Trinidad 4, 20, 27).