”Adoctrinamos, como pudimos, a los que nos pedían razón de dichas creencias, sirviéndonos de la criatura, obra de Dios, para que pudieran comprender, según sus alcances, lo invisible de Dios por las cosas que fueron hechas, sobre todo por la criatura racional o intelectiva, hecha a imagen de Dios; y así pudieran ver, si lo pueden, como por un espejo al Dios Trinidad en nuestra memoria, inteligencia y voluntad.
Cualquiera puede ver vigorosamente en su alma estas tres facultades naturales, instituidas por Dios, y el bien tan grande que supone poder recordar, contemplar y desear la naturaleza eterna e inmutable; pues se la recuerda por la memoria, se la contempla por la inteligencia y se la abraza por amor, descubriendo así la imagen de la trinidad soberana.
Todo cuanto alienta y vive en el hombre ha de referirse al recuerdo, a la visión y amor de esta Trinidad excelsa, para deleite, contemplación y recuerdo”
(La Trinidad 15, 20, 39).
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