Cristo, vivo, encuentra muertos los corazones de los discípulos, a cuyos ojos se apareció. Lo veían y permanecía oculto para ellos… Iban con ellos como compañero de camino y Él mismo era su guía. Sin duda, lo veían, pero no lo reconocían. Sus ojos, como escuchamos, estaban enturbiados, lo que les impedía reconocerlo"
(Sermón 235,2).
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