Alabemos al Señor, hermanos, con la vida y con la lengua, de corazón y de boca, con la voz y con las costumbres. Dios quiere que le cantemos elAleluya de forma que no haya discordia en quien le alaba. Comiencen, pues, por ir de acuerdo nuestra lengua y nuestra vida, nuestra boca y nuestra conciencia. Vayan de acuerdo, repito, las palabras y las costumbres, no sea que las buenas palabras sean un testimonio contra las malas costumbres. ¡Oh feliz Aleluyael del cielo, donde el templo de Dios son los ángeles! Es suma la concordia de quienes le alaban allí donde está asegurada la alegría de los cantantes; donde ninguna ley en los miembros opone resistencia a la ley de la mente; donde no existe la lucha contra la ambición que ponga en peligro la victoria de la caridad. Cantemos, pues, aquí, aún preocupados, el aleluya, para poder cantarlo allí sin miedo…
Con todo, hermanos, en medio de este mal, cantemos el aleluya al Dios bueno que nos libra del mal. ¿Por qué miras a tu alrededor buscando el mal del que ha de librarte? No vayas lejos, no disperses la mirada de la mente por doquier. Vuelve a ti mismo, examínate. Tú eres aún malo. Por tanto, cuando Dios te libra de ti mismo, entonces te libra del malo”
(Sermón 256, 1).
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