Pon tu trono en el cielo

“En este día, es decir, cuarenta después de su resurrección, el Señor ascendió al cielo. No lo vimos, mas creámoslo. Quienes lo vieron, lo anunciaron, y llenaron el orbe de la tierra. Sabéis quiénes lo vieron y quiénes nos lo indicaron: aquellos de quienes se dijo: No hay ni idioma ni lengua en los que no se oigan sus voces. Su voz se extendió por toda la tierra, y sus palabras hasta los confines del orbe de la tierra. Llegaron, pues, hasta nosotros y nos despertaron del sueño: ved que el presente día se celebra en toda la tierra. Recordad el salmo. ¿A quién se dijo: Levántate sobre los cielos, oh Dios? ¿A quién se dijo? ¿Acaso podrá decirse: Levántate a Dios Padre, que nunca se abajó? Levántate tú, tú que estuviste encerrado en el seno de tu madre; tú que fuiste hecho en la que tú hiciste; tú que yaciste en un pesebre; tú que, como cualquier niño, tomaste el pecho de carne; tú que, a la vez que llevabas el mundo, eras llevado por tu madre; tú a quien el anciano Simeón reconoció cuando eras niño y alabó tu grandeza; tú a quien la viuda Ana te vio tomando el pecho y reconoció tu omnipotencia; tú que por nosotros sufriste hambre y sed y por nosotros te fatigaste en el camino… Levántate, dijo; levántate sobre los cielos, porque eres Dios. Pon tu trono en el cielo, tú que pendiste del madero. Eres esperado como juez, tú a quien esperaron para poder juzgarte” 
(Sermón 262, 3-4).

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