Con esta fecha iniciamos la observancia de la cuaresma, que, una vez más, se presenta con la acostumbrada solemnidad. Es deber mío, dirigiros una exhortación también solemne, para que la Palabra de Dios, servida por nuestro ministerio, alimente el corazón de quienes van a ayunar corporalmente; de esta forma, vigorizado el hombre interior por su propio alimento, podrá llevar a cabo y mantener con fortaleza la mortificación del exterior. Se ajusta a nuestra devoción el que quienes vamos a celebrar la pasión, ya cercana, del Señor crucificado, nos hagamos nosotros mismos una cruz con los placeres de la carne, que han de ser domados, conforme a las palabras del Apóstol:
En los restantes días tenéis que procurar que vuestros corazones no se carguen con la crápula y el vino; en éstos, ayunad también. En los otros días no debéis de caer en adulterios, fornicaciones o cualquier otra corruptela ilícita; en éstos absteneos también de vuestras mujeres. Lo que ahorráis con vuestro ayuno, añadidlo a lo que dais en limosnas. El tiempo que se empleaba en cumplir el deber conyugal, dedíquese a la oración. El cuerpo que se deshacía con los afectos carnales, prostérnese en pura actitud de súplica. Las manos que se entrelazaban en abrazos, extiéndanse en la oración. Y vosotros que ayunáis también en los restantes días, aumentad en estos lo que ya hacéis. Los que a diario crucificáis el cuerpo con la continencia perpetua, en estos días uníos a vuestro Dios con oraciones más frecuentes e intensas. Vivid todos unánimes, sed todos fieles, suspirando en esta peregrinación por el deseo de aquella única patria e hirviendo en su amor. Que nadie envidie en el otro el don de Dios que él no posee ni se burle de él. En cuanto a bienes espirituales, considera tuyo lo que amas en el hermano, y él considere suyo lo que ama en ti. Que nadie bajo capa de abstinencia, pretenda cambiar antes que atajar los placeres, buscando, por ejemplo, preciosos manjares porque no come carne, o raros licores porque no bebe vino, no sea que la disculpa de domar la carne sirva para aumentar el placer. Todos los alimentos son, sin duda, puros para los puros, pero en nadie es pura la lujuria.
Ante todo, hermanos, ayunad de porfías y discordias. Acordaos del profeta que reprobaba a algunos, diciendo: En los días de vuestro ayuno se manifiestan vuestras voluntades, puesto que claváis el aguijón a cuantos están bajo vuestro yugo y herís a puñetazos; vuestra voz se oye en el clamor, etc. Dicho lo cual, añadió: 'No es este el ayuno que yo he elegido, dice el Señor.' Si queréis gritar, repetid aquel clamor del que está escrito: 'Con mi voz clamé al Señor.' No es un clamor de lucha, sino de caridad; no de la carne, sino del corazón. No es aquel del que se dice: 'Esperaba que cumpliese la justicia, y, en cambio, obró la iniquidad; esperaba justicia, pero sólo hubo clamor. Perdonad, y se os perdonará; dad, y se os dará. Estas son las dos alas de la oración con las que se vuela hacia Dios perdonar al culpable su delito y dar al necesitado.
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