Sermón 205 - El significado de la Cuaresma



Con esta fecha iniciamos la observancia de la cuaresma, que, una vez más, se presenta con la acostumbrada solemnidad. Es deber mío, dirigiros una exhortación también solemne, para que la Palabra de Dios, servida por nuestro ministerio, alimente el corazón de quienes van a ayunar corporalmente; de esta forma, vigorizado el hombre interior por su propio alimento, podrá llevar a cabo y mantener con fortaleza la mortificación del exterior. Se ajusta a nuestra devoción el que quienes vamos a celebrar la pasión, ya cercana, del Señor crucificado, nos hagamos nosotros mismos una cruz con los placeres de la carne, que han de ser domados, conforme a las palabras del Apóstol:
Los que son de Jesucristo crucificaron la carne con sus pasiones y concupiscencias. El cristiano debe permanecer siempre pendiente de esta cruz durante toda esta vida, que transcurre en medio de tentaciones. No es este el tiempo de arrancarse los clavos de los que se dice en el salmo: 'Traspasa mi carne con los clavos de tu temor'. 'Carne' equivale aquí a concupiscencia carnal; los clavos son los preceptos de la justicia; con ellos clava a la carne el temor de Dios, que nos crucifica cual hostias aceptables para Él. Por eso dice también el Apóstol: 'Os suplico, por tanto, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios'. Es ésta una cruz en la que el siervo de Dios no sólo no se siente confundido, sino que hasta se gloría, diciendo: 'Lejos de mí el gloriarme a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo'. Esta cruz, repito, no sólo dura cuarenta días, sino la totalidad de esta vida, simbolizada en el número místico de estos cuarenta días, sea porque, según la opinión de algunos, el hombre que ha de venir al mundo se forma en el seno en el espacio de cuarenta días, sea porque los cuatro evangelios van de acuerdo con los diez mandamientos, y la multiplicación de ambos números da aquel otro, manifestado así que ambas Escrituras son necesarias en esta vida; sea, finalmente, por cualquier otro motivo, más probable quizá, que pueda hallar otra mente mejor y más dotada. Esta es la razón por la que tanto Moisés y Elías como el mismo Señor ayunaron durante cuarenta días; y para darnos a entender que en Moisés, Elías y en el mismo Cristo, es decir, en la Ley, los Profetas y el Evangelio, estamos nosotros en el punto de mira, para que no nos acomodemos y adhiramos a este mundo, sino que crucifiquemos el hombre viejo, ocupándonos no en comilonas y en borracheras, no en deshonestidades e inmundicias, no en pendencias o envidias, sino revistiéndonos del Señor Jesús, sin hacer caso de la carne y sus apetencias. Vive siempre así, ¡oh cristiano!, en este mundo. Si no quieres hundir tus pasos en el fondo de la tierra, no desciendas de esta cruz. Mas si esto ha de hacerse durante toda la vida, ¡con cuánto mayor motivo en estos días de cuaresma, en los que no sólo se vive, sino que se simboliza esta vida!
En los restantes días tenéis que procurar que vuestros corazones no se carguen con la crápula y el vino; en éstos, ayunad también. En los otros días no debéis de caer en adulterios, fornicaciones o cualquier otra corruptela ilícita; en éstos absteneos también de vuestras mujeres. Lo que ahorráis con vuestro ayuno, añadidlo a lo que dais en limosnas. El tiempo que se empleaba en cumplir el deber conyugal, dedíquese a la oración. El cuerpo que se deshacía con los afectos carnales, prostérnese en pura actitud de súplica. Las manos que se entrelazaban en abrazos, extiéndanse en la oración. Y vosotros que ayunáis también en los restantes días, aumentad en estos lo que ya hacéis. Los que a diario crucificáis el cuerpo con la continencia perpetua, en estos días uníos a vuestro Dios con oraciones más frecuentes e intensas. Vivid todos unánimes, sed todos fieles, suspirando en esta peregrinación por el deseo de aquella única patria e hirviendo en su amor. Que nadie en­vidie en el otro el don de Dios que él no posee ni se burle de él. En cuanto a bienes espirituales, considera tuyo lo que amas en el hermano, y él considere suyo lo que ama en ti. Que nadie bajo capa de abstinencia, pretenda cambiar antes que atajar los placeres, buscando, por ejemplo, preciosos manjares porque no come carne, o raros licores porque no bebe vino, no sea que la disculpa de domar la carne sirva para aumentar el placer. Todos los alimentos son, sin duda, puros para los puros, pero en nadie es pura la lujuria.
Ante todo, hermanos, ayunad de porfías y discordias. Acordaos del profeta que reprobaba a algunos, diciendo: En los días de vuestro ayuno se manifiestan vuestras voluntades, puesto que claváis el aguijón a cuantos están bajo vuestro yugo y herís a puñetazos; vuestra voz se oye en el clamor, etc. Dicho lo cual, añadió: 'No es este el ayuno que yo he elegido, dice el Señor.' Si queréis gritar, repetid aquel clamor del que está escrito: 'Con mi voz clamé al Señor.' No es un clamor de lucha, sino de caridad; no de la carne, sino del corazón. No es aquel del que se dice: 'Esperaba que cumpliese la justicia, y, en cambio, obró la iniquidad; esperaba justicia, pero sólo hubo clamor. Perdonad, y se os perdonará; dad, y se os dará. Estas son las dos alas de la oración con las que se vuela hacia Dios perdonar al culpable su delito y dar al necesitado.

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