Cristo padeció por vosotros,
dejándoos un ejemplo
para que sigáis sus huellas.
(1 Pe 2, 21)
dejándoos un ejemplo
para que sigáis sus huellas.
(1 Pe 2, 21)
Cuaresma, tiempo de humildad
Un año más ha llegado la cuaresma. En la circunstancia os debo una exhortación, porque también vosotros debéis a Dios las obras adecuadas al tiempo litúrgico. Esas obras sólo pueden seros de utilidad a vosotros, no a él. También en las restantes épocas del año tiene que entregarse el cristiano con fervor a la oración, al ayuno y a la limosna. Pero este período debe estimular incluso a quienes de ordinario son perezosos al respecto. Y quienes ya se aplican con esmero a esas actividades deben realizarlas ahora con mayor ardor. La vida en este mundo es el tiempo de nuestra humillación, significado en estos días, como si Cristo el Señor, que padeció y murió una sola vez, fuese a padecer por nosotros todos los años al retornar estas fechas. Lo que tuvo lugar una sola vez en la historia para la renovación de nuestra vida se celebra todos los años para perpetuar su memoria. Por tanto, si debemos ser humildes de corazón y estar llenos del afecto de la verdadera piedad durante toda nuestra peregrinación que transcurre en medio de tentaciones, ¡cuánto más en estos días! En ellos no sólo actuamos con la vida, sino que también simbolizamos en la celebración este tiempo de nuestra humildad. La humildad de Cristo nos enseñó a ser humildes, porque él, al morir, cedió ante los malvados; la excelsitud de Cristo nos hace excelsos, porque él, al resucitar, precedió a los justos. Dice el Apóstol: Si hemos muerto con Cristo, viviremos con él; si con él sufrimos, reinaremos también con él (2 Tim 2, 11. 12). Con la debida veneración celebramos ahora una de estas dos cosas, como si se avecinase su pasión; la otra después de Pascua, como si acabase de tener lugar la resurrección. Entonces, pasados los días de nuestra humildad, llegará el tiempo de nuestra excelsitud. Aunque aún no en el descanso de la visión, sí en la satisfacción de significarlo meditando en él. Recobren ahora intensidad los gemidos de nuestra oración; entonces nuestro regocijo, entre alabanzas, será mayor.
(Serm. 206, 1)
Nuestro Señor Jesucristo se nos propuso como modelo de imitación, para que, ya que somos cristianos, le imitemos a él o a otros que lo han imitado (Serm. 5, 1)
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