Comienza la Cuaresma, un tiempo especial, un tiempo privilegiado, casi podríamos decir que un lujo de días. Es el tiempo en el que "lo que tuvo lugar una sola vez en la historia para la renovación de nuestra vida, se celebra todos los años para perpetuar su memoria" (Serm 206)
Son cuarenta días que dedicamos a prepararnos para celebrar - y por tanto recordar y actualizar - el hecho que cambió la perspectiva de la historia del hombre, casi que modificó ontológicamente la realidad del ser humano; que pasa de ser un errante en el camino de la vida a ser un peregrino en la senda que conduce a la Patria. Cuarenta días para comprender qué y quiénes somos y quién y qué somos después de haber sido amados inmensamente por Dios.
Pero las cenizas que nos imponemos no son sólo el resultado de nuestra vida.... son "cenizas santas". Su origen está en los ramos que usamos el Domingo de Ramos, su origen es el esfuerzo humano por construir un Reino, por traer la Justicia y la Paz; su origen son tantos deseos y sueños.... y quizás por eso sólo queda polvo y ceniza. Pero son también cenizas bendecidas, las cenizas de la comunidad, son "nuestro polvo y nuestra ceniza" y, lo que es más importante, son "polvo y ceniza" de Dios, amado por Dios, hecho propiedad de Dios.
Recibir la ceniza es un gesto con el que reconocemos la fragilidad de nuestras vidas y de nuestros deseos; recibir las cenizas en la comunidad es también reconocernos polvo amado por Dios, y eso nos convierten en polvo santo.
Supongo que lo normal sería un Dios que amase a los pecadores arrepentidos, a los que partiendo de su barro y ceniza y se convirtieron en hombres hechos y derechos, en dignos hijos de Dios, en cristianos modélicos, en santos..... pero la prueba de que Dios ama nuestro barro y ceniza es que siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros (Rom 5,8)
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