"Si alguno tiene sed, que venga
y beba quien cree en mí".(Jn 7, 37-38)
y beba quien cree en mí".(Jn 7, 37-38)
Jesús y la Samaritana
Jesús, pues, fatigado del viaje, estaba sentado así sobre la fuente. Era como la hora sexta (Jn 4,6). Ya comienzan los misterios, pues no en vano se fatiga Jesús; no en vano se fatiga la Fuerza de Dios; no en vano se fatiga quien reanima a los fatigados; no en vano se fatiga quien, si nos abandona, nos fatigamos; si está presente, nos afianzamos. Se fatiga empero Jesús y se fatiga del viaje, se sienta; se sienta junto al pozo, y fatigado se sienta a la hora sexta. Todo eso insinúa algo, quiere indicar algo, llama nuestra atención, nos exhorta a aldabear. Abra, pues, a mí y a vosotros quien se dignó exhortar, diciendo: Aldabead y se os abrirá (Mt 7,7). Por ti está Jesús fatigado del viaje. Hallamos a Jesús fuerte y hallamos a Jesús débil; a Jesús fuerte y débil: fuerte porque en el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios; ésta existía al principio en Dios. ¿Quieres ver cuán fuerte es ese Hijo de Dios? Todo se hizo mediante ella, y sin ella no se hizo nada y todo se hizo sin esfuerzo. ¿Qué, pues, más fuerte que ese mediante quien todo se hizo sin esfuerzo? ¿Quieres conocer que es débil? La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. La fortaleza de Cristo te creó y la debilidad de Cristo te reanimó. La fortaleza de Cristo hizo que existiera lo que no existía; la debilidad de Cristo hizo que lo que existía no pereciese. Con su fortaleza nos creó, con su debilidad nos buscó.
Y llega una mujer, forma de la Iglesia, no ya justificada, sino por justificar ya, porque de ello trata la conversación. Viene ignorante, lo halla y con ella se desarrolla algo. Veamos qué, veamos por qué. Llega una mujer de Samaría a sacar agua (Jn 4,7).
Le dice Jesús: Dame de beber. Por cierto, sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar alimentos. Le dice, pues, la mujer samaritana: ¿Cómo tú, aunque eres judío, me pides de beber a mí, que soy mujer samaritana? Los judíos, en efecto, no se tratan con samaritanos (Jn 4,7-9). Veis que son extranjeros: en absoluto usaban sus recipientes los judíos. Y, precisamente porque la mujer llevaba un recipiente con que sacar agua, se extrañó de que un judío le pedía de beber, cosa que no solían hacer los judíos. Ahora bien, quien pedía de beber, tenía sed de la fe de esa misma mujer.
Finalmente oye quién pide de beber. Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios y quién es quien te dice: «Dame de beber», tú le habrías tal vez pedido y él te habría dado agua viva. Pide de beber y promete beber. Necesita como para recibir, y está sobrado como para saciar. Si conocieras, dice, el don de Dios. El don de Dios es el Espíritu Santo. Pero a la mujer habla todavía veladamente y poco a poco entra en su corazón. Tal vez instruye ya, pues ¿qué más suave y amable que esta exhortación? Si conocieras el don de Dios y quién es quien te dice: «Dame de beber», tú le habrías tal vez pedido y él te habría dado agua viva.
Sin embargo, la mujer afirma indecisa: Señor, no tienes con qué sacar, y el pozo es hondo (Jn 4,11). Ved cómo entendió ella el agua viva, o sea, el agua que había en aquella fuente: «Tú quieres darme agua viva y yo llevo con qué sacar, mas tú no llevas. El agua viva está ahí; ¿cómo vas a dármela?». Porque entiende y saborea carnalmente otra cosa, aldabea en cierto modo, para que el Maestro abra lo que está cerrado. Aldabeaba con ignorancia, no con afán; todavía es digna de lástima, aún no ha de instruírsela.
Sin embargo, la mujer está aún centrada en la carne. Le complació no tener sed y suponía que el Señor le había prometido esto según la carne.
Prometía, pues, cierta comida sustanciosa y la saciedad del Espíritu Santo, y ella no entendía aún y, al no entender, ¿qué respondía? Le dice la mujer: Señor, dame esta agua para que no tenga sed ni venga acá a sacar (Jn 4,15). La carencia forzaba al esfuerzo y la debilidad rehusaba el esfuerzo. ¡Ojalá oyera: Venid a mí todos los que os fatigáis y estáis abrumados, y yo os devolveré las fuerzas! De hecho, se lo decía Jesús para que ya no se fatigase. Pero ella no entendía aún.
(In Io. Ev. tr. 15, 6.10-17)
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