Martes - III semana

"Venid los sedientos todos, acudid por agua
quien no tenga dinero venga igualmente,
comprad y comed sin dinero
vino y leche de balde".
(Is 55, 1)






La justa sed de Dios

Mi alma tiene sed de ti. He aquí el desierto de Idumea. Mirad cómo aquí siente sed, pero fijaos cómo esta sed es buena: Tiene sed de ti. Porque hay quienes tienen sed, pero no de Dios. Todo el que desea conseguir alguna cosa, arde en deseos de ella: este deseo es la sed del alma. Y fijaos cuántos deseos hay en el corazón de los hombres: uno desea oro, otro plata; éste desea propiedades, aquél otro herencias; uno dinero en abundancia, el otro abundantes ganados; éste desea una casa grande, el otro tener una esposa; uno honores, el otro hijos. Ya veis cómo todos estos deseos están en el corazón del hombre. Todos los hombres arden en estos deseos; y apenas se encuentra uno que diga: Mi alma tiene sed de ti. Tienen los hombres sed del mundo, sin darse cuenta de que se encuentran en el desierto, donde su alma debe sentir sed de Dios.

Debemos, pues, estar sedientos de la sabiduría, debemos estar sedientos de la justicia. Y no nos saciaremos de ella, ni sentiremos su hartura, hasta que termine esta vida, y se cumplan en nosotros las promesas de Dios. Dios nos ha prometido que seremos como los ángeles. y los ángeles no tienen sed como la sentimos nosotros ahora, ni tienen hambre como nosotros; están saciados de verdad, de luz, de sabiduría inmortal. Por eso son felices; y lo son con una tan grande felicidad porque están en aquella ciudad, la Jerusalén celestial, hacia la que nosotros vamos ahora caminando, y ellos nos ven como desterrados, se compadecen de nosotros, y por mandato del Señor nos prestan auxilio para que volvamos en algún momento a aquella patria común, y allí, junto con ellos, nos saturemos por fin de la verdad y la eternidad en la fuente que el Señor nos tiene preparada. Que ahora nuestra alma tenga sed. ¿Pero cómo tendrá sed nuestra carne, y esto de una manera ardiente y ansiosa? Y mi carne, dice, está suspirando ansiosamente por ti. Tiene esto sentido porque a nuestra carne también se le ha prometido la resurrección. Así como a nuestra alma se le promete la felicidad, así también a nuestro cuerpo se le promete la resurrección. Sí, esa resurrección de la carne se nos ha prometido; oídlo y aprendedlo, guardad en la memoria cuál es la esperanza de los cristianos, por qué somos cristianos. No somos cristianos para alcanzar con nuestras súplicas una felicidad terrena, que poseen incluso muchos ladrones y delincuentes. No, los cristianos estamos destinados a otra felicidad, que la recibirnos cuando la vida de este mundo haya pasado completamente. Así que también se nos promete la resurrección de la carne, pero una resurrección tal, que este cuerpo que ahora llevamos, al final resucitará. No, no os parezca increíble. Porque si Dios nos ha creado a nosotros, que no existíamos, ¿le será muy costoso reparar lo que éramos? […] La resurrección de la carne que se nos promete, es tal, que aunque resucite la misma carne que ahora tenemos, no va a ser corruptible como lo es ahora. 
(En. in Ps. 62, 5-6)

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