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a la llamada de Dios lleva en si una paradoja: por un lado, la promesa de realización
y liberación, poder hacer cosas nuevas, hacer lo que querría: el que hacer; por
otro lado, es una vocación que lleva en si un proyecto de vida teniendo en
cuenta que el llamado no tiene el dominio de su propia vida sino que debe
dejarse llevar por ‘la Voz del Hijo’. Es una experiencia de verdadera libertad.
Sólo eres libre si elijes, si tomas decisiones, decisiones que determinaran tu
vida y tu identidad. Es una llamada que tansforma toda una historia. La ‘Voz
del Hijo’ en mi caso no me ha forzado a decir ‘si’. Al contrario me dejó libre
sin dejar de llamarme. Yo tenía que eligir.
Todo
empezó durante la catequesis en preparación para la primera comunión. Seguí una
catequesis pre-bautismal cuando tenía yo doce años. No era cosa fácil empezar
esta catequesis ya que mis padres no eran cristianos. Mi vocación a la vida
religiosa y al sacerdocio complicaron todo. Ya no había otra manera que de
dejar por un lado aquella llamada. Gracias a Dios pude continuar el curso del
catecismo hasta al final. Después del bautismo y de la primera comunión, ya no
hablé de vocación hasta que tuve el bachillerato en 2006. Este tiempo de
silencio vocación llevó consigo muchos obstáculos o mejor dicho unos desafíos.
No era fácil tomar ciertas decisiones. Durante ese tiempo de silencio
vocacional, la llamada de Dios no abandonó mi corazón, por el contrario, se
hizo más ardiente. El ‘si’ decisivo me dio la paz (interior). Fue – y sigue
siendo – la experiencia de la primera comunidad cristiana la fuente de
inspiración que refuerza mi vocación en todas las circunstancias. La Voz del
Hijo no ha dejado de llamarme. Por eso tengo que responder. Esta Voz no me obliga
sino que me deja eligir. Nada más he de hacer que de dejarme llevar por El,
decir que ‘si’ todos los días, en todas las circunstancias. Entiendo mi
vocación como una acción de gracias a Dios que me ha dado la vida sin que yo la
haya pedido. A través del sacrificio de mi vida a su servicio, quiero decirle
¡gracias por todo!
Fr. Martin Davakan, O.S.A
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