Miércoles de la primera semana

Dios creó al hombre para la inmortalidad
y lo hizo imagen de su propio ser;
24 pero la muerte entró en el mundo por la envidia del Diablo
y los de su partido pasarán por ella.
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(Sab 2, 23-24)







El bien que haces es Dios quien lo hace; el mal que haces, eres tú quien lo hace

Si -como dije- pretendes atribuir tus pecados a otros: o al destino, o al hado o al diablo, y no a ti mismo y, a su vez, pretendes atribuirte a ti mismo las buenas obras y no a Dios, andas fuera del camino. La verdad, en cambio, es esta: todo lo malo que haces, lo haces por tu propia maldad; lo que haces bien, lo haces por la gracia de Dios.

Pero considerad cómo no sé que hombres, sin quererlo, acaban blasfemando hasta el punto de querer acusar a Dios. Pues cuando uno comienza a echar la culpa al destino, sosteniendo que él le obligó a pecar y que fue él mismo el que pecó en él; cuando comienza a echar la culpa al hado, se le pregunta: «¿Qué es el destino, qué es el hado?» Y comienza a decir que los astros le forzaron a pecar. Considerad cómo de un modo paulatino su blasfemia se dirige contra Dios ¿Quién puso los astros en el cielo? ¿No fue Dios, el creador de todas las cosas? Por tanto, si él puso allí los astros que te fuerzan a pecar, ¿no te parece que es él mismo el causante de tus pecados? Advierte cuán fuera de camino andas tú, oh hombre, que, mientras Dios te acusa de tus pecados, no para castigarte, sino para liberarte a ti, corregidos ellos, tú, al contrario, a causa de tu mismo extravío, cuando haces algún bien te lo asignas a ti, y cuando haces algún mal lo cargas a Dios. Da marcha atrás de ese extravío; entra en el recto camino, comienza a oponerte a ti mismo y a llevarte la contraria. ¿Qué te decías antes?: «Lo que hago bien, lo hago yo; lo que hago mal, lo hace Dios». La verdad suena, más bien, así: el bien que haces, lo hace Dios; el mal que haces, lo haces tú mismo. Si te dices esto último, no cantas en vano: Yo dije apiádate de mí, Señor, y sana mi alma, porque he pecado contra ti (Sal 40,5). Pues si, cuando obras el mal, lo hace Dios y, cuando obras el bien, lo haces tú, hablas de manera inicua contra Dios. Escucha también a este propósito lo que dice el salmo: No alcéis vuestra frente, ni habléis inicuamente contra Dios (Sal 74,6). Hablabas inicuamente contra Dios cuando querías atribuirte a ti todo el bien y a Dios todo el mal. Cuando alzabas tu frente con orgullo, hablabas inicuamente contra Dios; cuando hablas con humildad, mantienes la equidad. ¿Cuál es la equidad que hablas mantienes al hablar con humildad? Yo dije, apiádate de mí, Señor, y sana mi alma, porque he pecado contra ti (Sal 40,5).
  (Serm. 16/B, 1-2)



La caridad es la raíz de todas las obras buenas. Como la codicia es la raíz de todos los males (1 Tim 6, 10), así también la raíz de todos los bienes es la caridad. (Serm. 223/E, 2)

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