Jueves de la II semana

Uno solo es vuestro Maestro, el Cristo.
(Mt 23, 10)
Que Cristo habite por la fe en vuestrso corazones.
(Ef 3, 17)






Que sea Cristo a hablar dentro de vosotros

El sonido de nuestras palabras golpea vuestros oídos, pero el maestro está dentro. No penséis que alguien aprende algo de otro hombre. Podemos poner alerta mediante el sonido de nuestra voz, pero si no se halla dentro alguien que enseñe, el sonido que emitimos sobra. ¿Queréis una prueba, hermanos? ¿Acaso no habéis oído todos este sermón? ¡Cuántos no van a salir de aquí sin haber aprendido nada! En lo que de mí depende, he hablado a todos, pero aquellos a quienes no habla interiormente la Unción, a los que no enseña interiormente el Espíritu Santo, regresan con la misma ignorancia. El magisterio exterior no es más que una cierta ayuda, un poner alerta. Quien tiene su cátedra en el cielo es quien instruye los corazones. Por eso dice también él mismo en el evangelio: No permitáis que os llamen maestros en la tierra; único es vuestro maestro, Cristo (Mt 23, 8-9). Así, pues, que él os hable interiormente, cuando no está presente ningún hombre. Porque aunque haya alguien a tu lado, nadie hay en tu corazón. Que no haya nadie en tu corazón, que esté sólo Cristo; esté en tu corazón su Unción, para que no se halle como corazón sediento en el desierto y sin fuentes que lo rieguen. Quien instruye, pues, es el maestro interior; quien instruye es Cristo, quien instruye es su Inspiración. Donde falta su Inspiración y su Unción, en vano suenan exteriormente las palabras, por alto que suenen. Las palabras que emitimos al exterior son, hermanos, lo mismo que el agricultor respecto del árbol: actúa exteriormente, le aporta el agua y el cultivo esmerado. Pero ¿acaso lo que aporta él desde el exterior origina el fruto? ¿Acaso viste la desnudez de los troncos con el sombrío follaje? ¿Acaso su actuar obra algo en el interior del árbol? ¿A quién se debe? Escuchad al Apóstol en condición de agricultor y ved lo que somos; escuchad quién es el maestro interior: Yo planté, Apolo regó, pero Dios dio el crecimiento; ni el que planta ni el que riega es algo, sino quien da el crecimiento, Dios (1 Cor 3, 6-7). He aquí, pues, lo que os decimos: ya plantemos, ya reguemos al hablar, no somos nada; quien da el crecimiento es Dios, es decir, su Unción que os instruye sobre todas las cosas.
 (In 1 Io. Ep. tr. 3, 13)




EN BREVE...Entrrad en vuestros corazones, vosotros que estáis lejos de Dios, y adheriros a Dios que os ha creado. Permaneced estables con Él y estaréis seguros, reposad en Él y tendréis Paz. ¿A dónde queréis ir? ¿En busca de sufrimientos? ¿A dónde queréis ir? El bien que desideráis viene de Él. (Conf. 4, 12, 18)

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