El encuentro verdadero y auténtico con Jesucristo remueve el corazón y desestabiliza la vida. La experiencia de recibir un amor tan grande, que no eres capaz de explicar, te lleva a plantear la vida desde ese mismo encuentro: un discernimiento a dos.
El ejercicio de escuchar al Señor se da mediante un proceso, que requiere perseverancia y decisión, confianza y amor recíproco. Escuchar a Cristo es ver la vida desde sus ojos y adherirse a Él es luchar por la verdadera felicidad. Además, Jesús no pedirá jamás algo que supere tus fuerzas. Él es el maestro interior, más íntimo que tu misma intimidad.
Por ello, al escuchar su voz en mi interior y al reconocer su rostro en tantos y tantos hermanos, decidí, con 18 años, entregarme en sus manos, bajo la mirada dulce y siempre atenta María, nuestra Señora de La Vid. Le agradezco a Dios el don de haber podido cobijarme bajo esa mirada.
Ante un mundo con tanto ruido, escuchar la voz de Cristo no es tarea fácil, aunque esté gritando en la inquietud de cada corazón humano. Yo lo escuchado, y no me arrepiento de haberle dicho sí y adherido a su proyecto. ¡Ánimo, "levantaos, no temáis"!
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