Os digo que, de la misma manera, habrá más fiesta en el cielo
por un pecador que se arrepienta
que por noventa y nueve justos
que no necesitan arrepentirse.e.
(Lc 15, 7)
por un pecador que se arrepienta
que por noventa y nueve justos
que no necesitan arrepentirse.e.
(Lc 15, 7)
Este es el tiempo de la misericordia en el que se nos concede corregirnos
Pues ahora, cuando obras el mal, piensas que eres bueno porque no quieres verte. Reprendes a otros, pero no te miras a ti mismo; acusas a otros, pero no piensas en ti; pones a otros ante tus ojos, pero a ti te pones a tu espalda. Cuando yo te arguyo, hago justamente lo contrario. Te aparto de tu espalda y te coloco ante tus propios ojos. Te verás y llorarás y entonces no habrá ya modo de que te corrijas. Desprecias el tiempo de la misericordia, pero vendrá el tiempo del juicio, puesto que tú mismo me cantaste en la iglesia: Te cantaré, Señor, la misericordia y el juicio (Sal 100,1). De nuestra propia boca sale y por doquier las Iglesias proclaman: Te cantaré, Señor, la misericordia y el juicio. Es tiempo de misericordia, para que nos corrijamos; aún no ha llegado el momento del juicio. Hay lugar, hay espacio; hemos pecado, corrijámonos. Aún no ha llegado a su término nuestra vida, aún quedan días, aún no hemos entregado el aliento; no perdamos la esperanza que es aún peor. En efecto, en atención a los pecados excusables de los hombres, tanto más frecuentes cuanto menores, estableció Dios en la Iglesia, durante este tiempo, una medicación diaria para otorgar la misericordia, de modo que podemos decir: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores (Mt 6,12), para que, lavada nuestra cara con estas palabras, nos acerquemos al altar, y lavada nuestra cara con estas palabras, participemos del cuerpo y de la sangre de Cristo.
(Serm. 17, 5)
Os gustan estas palabras; en cambio yo quiero hechos. no queráis entristecerme con vuestro comportamiento malvado, porque mi alegría en esta vida no es otra que vuestra vida buena. (Serm. 17, 7)
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