...si por un lado me atemoriza lo que soy...


19 de marzo de 2014.
Solemnidad de san José.
Día del Seminario.
Estimado amigo:
Recibí con agrado tu correo electrónico. Mil gracias por tus amables palabras y tu invitación a escribir en el blog del Centro de Espiritualidad Agustiniana Monasterio de la Vid: la Vid digital. 
Hablar de la propia experiencia vocacional y lo que ha supuesto en la vida no es un tema nada fácil. ¿Por dónde empezar? ¿Qué decir y cómo?... Muchas preguntas que responder. Opino que, aún siendo un tema rico – la vida de cualquier persona lo es, de hecho, en cualquier lugar y tiempo-, el contenido en sí es complejo. Un buen resumen, compartido por quienes juntos respondimos hace bastantes años con un «Heme aquí», sería el siguiente: a lo largo de estos años, cada uno de nosotros, en parroquias, colegios, en el servicio a Dios y a los hermanos, hemos tratado de ser fieles al Señor, a pesar de nuestra torpeza e indignidad. En la escuela de san Agustín hemos vivido la gracia de la fraternidad y la entrega sacerdotal. ¡Buen resumen!, ¿no te parece?
Es verdad. Tienes razón. Demasiado conciso. Quizás  en este párrafo hay algunas expresiones que necesitan ser explicadas. Por ejemplo, la palabra ‘hermanos’, ‘Escuela de san Agustín’, ‘fraternidad’,… Conviene precisarlas más. 
Te invito a «dar un paso adelante» juntos. Podemos comenzar por aclarar qué se entiende por ‘cristiano’. A continuación debemos precisar de qué estamos hablando cuando hablamos sobre el ‘sacerdocio ordenado’ o ‘sacerdocio ministerial’. Y, finalmente, ...
 El sacerdote es un cristiano. Y eso significa mucho. San Agustín (354-430), obispo de Hipona, hablando a sus feligreses lo resume en la conocida frase: «mas, si por un lado me aterroriza lo que soy para vosotros, por otro lado me consuela lo que soy con vosotros. Soy obispo [sacerdote] para vosotros, soy cristiano con vosotros. La condición de obispo [sacerdote] connota una obligación, la de cristiano un don» (Serm. 340,1). Somos cristianos. Y, no hay que olvidar que «en la escuela del Señor todos somos condiscípulos» (Serm. 242, 1), hermanos.
Me dices: «De acuerdo, OK» (¡veo que dominas el inglés, felicidades!). Pero al mismo tiempo te cuestionas y me preguntas: «¿Qué entendemos por ser cristiano?» ¡Buena demanda!
Escucha las palabras de Benedicto XVI: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus caritas est, n. 1). ¿Podrías decirme de quién estamos hablando? Perfecto. Veo que nos entendemos. Avancemos y demos un paso más.
Si preguntamos a un teólogo qué es un católico nos hablará seguramente de una persona que cree, celebra y vive el misterio de Jesucristo en el seno de una Iglesia local que está en comunión con la Iglesia de Roma.  
Nosotros debemos estar agradecidos a nuestros padres porque un día se preocuparon por acercarnos a Jesús, a la parroquia y/o al colegio, para vivir la fe en el seno de la comunidad cristiana. Un servidor lo está. Es en el regazo de una familia cristiana y en los brazos de la Iglesia local, es decir, en la parroquia/colegio, donde nace la vocación al sacerdocio o la vida religiosa. También otras. Tienes razón. No me olvido de ellas. Todas tienen en común que responden a una invitación del Señor: «¡Ven y sígueme!» (Mt. 19, 21). Por ese motivo, es importante cooperar con los dones recibidos al bien común. 
Tracemos un surco más. La solemnidad de San José, día del Seminario, es una buena ocasión para fijar la atención y reflexionar sobre la especificidad del religioso sacerdote. 
Los presbíteros, escribe san Agustín, son «los servidores de Cristo, los ministros de su palabra y sacramento» (Ep. 228,2). Y los religiosos sacerdotes aportan, además, en la acción pastoral de la Iglesia lo específico de su carisma. ¿Cuál es lo específico de los agustinos? Como agustinos manifestamos la consagración a Dios por los votos religiosos. San Agustín enseña que nuestra castidad, pobreza y obediencia están especialmente marcados por la vida común: «En primer término, ya que con este fin os habéis congregado en comunidad […], tened una sola alma y un solo corazón orientados hacia Dios» (Regla I,3; I,1). Este signo confiere a nuestra profesión su carácter específico (Cfr. Const. 59). Por ser la Orden de San Agustín una Orden mendicante, el religioso, presbítero o no, se entrega al servicio de la sociedad, conviviendo con ella y proponiéndole un estilo de vida en que sobresale la fraternidad. ¿Qué te parece? ¡Apasionante! En el monasterio de Santa María de la Vid, aprendimos las primeras letras de este NUEVO ABECEDARIO: «...No es los mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no hacerlo. No es  lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo solo con la propia razón» (Evangelii Gaudium, 266). 
Porque no es lo mismo, pongámonos de nuevo en camino como los discípulos de Emaús (Lc. 24, 13-35). Seguro que sale el Señor a nuestro encuentro. ¡Genial! Que así sea. Amén.
A lo largo de estos años uno descubre, al ver a sus propios hermanos y amigos, que el sacerdote y los religiosos sacerdotes «siguen con la mano puesta en el arado, a pesar de la dureza de la tierra y la inclemencia del tiempo» (Mensaje de la XCIV Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, 27-11-2009). Comprometidos generosamente en el ejercicio cotidiano de su ministerio sacerdotal en la Iglesia particular. 
Estimado amigo: creo que, como cada año, la celebración del Día del Seminario es una buena ocasión para dar un gran salto que permita quitarse el polvo del camino, recoger lo bueno de la vida y lanzarse con ilusión renovada al seguimiento de Jesús con un «Aquí estoy, mándame» (Is. 6, 8) como respuesta. El modelo a seguir, sin duda, es María, Santa María de la Vid: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc. 1, 38).  
Ojalá, que las tareas que fueron, las que son y las que vendrán, si Dios quiere, sean un grano que fructifique en la Nueva Evangelización marcada por esa alegría del Evangelio «que llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús» (Evangelii Gaudium, 1) y que nos propone la Iglesia.
Un abrazo.
DC 

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