"En estas tinieblas de la vida presente, en las que peregrinamos lejos del Señor, mientras caminamos por la fe y no por la visión, debe el alma cristiana considerarse desolada, para que no cese de orar. Aprenda en las divinas y santas Escrituras a dirigir a ellas la vista de la fe como a una lámpara colocada en un tenebroso lugar hasta que nazca el día y el lucero brille en nuestros corazones. Como una fuente inefable de ese resplandor es aquella luz, que reluce en las tinieblas de tal modo que las tinieblas no la envuelven. Para verla hemos de limpiar nuestros corazones por medio de la fe, pues bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios, y sabemos que cuando apareciere seremos semejantes a Él, porque le veremos como El es"
(Carta 130, 2, 5).
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