"Las herejías y dogmas de perversión, que enredan las almas y las arrojan al abismo, no se originan sino de la mala inteligencia de las buenas Escrituras y de que lo que se ha entendido mal se afirme con temeridad y audacia. Y así, carísimos, hemos de oír con mucha prudencia y con un corazón piadoso y lleno de temor santo, como lo recuerda la Escritura, todo lo que, como párvulos, todavía no podemos alcanzar. Hay que guardar, pues, estas reglas de salvación, a saber: aquello que, según la fe en la que se nos imbuyó, se haya podido alcanzar, saboréese con la misma satisfacción que un manjar; y de aquello otro que, según la sana regla de la fe, no se haya podido entender todavía, destiérrese toda duda y difiérase su inteligencia; esto es, aunque haya algo que no se entienda, no se dude, sin embargo, de que ello es verdadero y bueno"
(Comentario a Juan 18,1).
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