"En cuanto al estilo de expresión con que la Sagrada Escritura se trama, cuán asequible es a todos, aunque para pocos es diáfana. Como un amigo familiar, expresa sin rodeos al corazón de doctos e indoctos las verdades manifiestas que contiene. Pero aun esos misterios que oculta no los enreda con lenguaje orgulloso, para que no se atreva a acercarse el entendimiento algo torpe o falto de preparación, como un pobre que se acerca a un rico. Por el contrario, invita a todos con humilde palabra, no sólo para nutrirlos con verdades manifiestas, sino también para ejercitarlos con verdades ocultas. Lo mismo nos dice en las expresiones claras que en las obscuras. Mas para que las verdades claras no engendren fastidio, las encubre, y así excita nuestro deseo. Así con el deseo se renuevan en cierto modo, y por la renovación nos resultan más íntimas y suaves. Por este medio, los ingenios malos se corrigen, los modestos se nutren, los grandes se deleitan y todo se hace saludablemente. Sólo es enemiga de esta doctrina aquella alma que por error ignora que esta es la doctrina salvadora o por enfermedad odia la medicina"
(Carta 137, 5, 18).
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