"Yace en un pesebre, pero contiene al mundo; toma el pecho, pero alimenta a los ángeles; está envuelto en pañales, pero nos reviste de inmortalidad; es amamantado, pero adorado; no encuentra lugar en el establo, pero se constituye un templo en los corazones de los creyentes. Para que la debilidad se hiciera fuerte, se hizo débil la fortaleza. Sea objeto de admiración, antes que de desprecio, su nacimiento de la carne y reconozcamos en ella la humildad de tan magna excelsitud por causa nuestra. Encendamos en ella nuestra caridad para llegar a su eternidad"
(Sermón 190, 4).
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