"Si nunca hubiésemos sido malos, el provecho hubiese sido para nosotros, no para Dios, quien sabe sacar el bien hasta de los males. Más aún, aunque nuestra bondad hubiese existido siempre, ningún provecho habría aportado al Señor... Pero aunque no hubiesen existido (nuestros bienes), no le iría ni mejor ni peor a aquel a quien ningún mal le puede sobrevenir, pues su felicidad no disminuye por algún mal ni aumenta por ningún bien"
(Epístolas 2*, 8).
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