(La Trinidad 8, 8, 12).
Amar a Dios por Dios
“En cuanto más inmunizados estemos contra el hinchazón del orgullo, más llenos estaremos de amor. Y el que está lleno de amor ¿de qué está lleno sino de Dios?...Notad con cuánto encarecimiento encomienda el apóstol san Juan la caridad fraterna: El que ama a su hermano, dice, está en la luz, y escándalo no hay en él. Es evidente que la perfección para el Apóstol radica en el amor al hermano; porque aquel en quien no hay escándalo es, sin duda, perfecto. Parece, no obstante, silenciar el amor de Dios, cosa que jamás haría si en la misma caridad fraterna no se incluyese el amor de Dios. Lo dice con toda claridad poco después en la misma Carta: Carísimos, amémonos mutuamente, porque la caridad procede de Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es caridad… Quien no ama al hermano, que ve, ¿cómo amará a Dios, a quien no ve, pues es amor, del que está ayuno el que no ama al hermano? A Dios hemos de amarle incomparablemente más que a nosotros mismos; al hermano, como nos amamos a nosotros; y cuanto más amemos a Dios, más nos amamos a nosotros mismos. Con un mismo amor de caridad amamos a Dios y al prójimo, pero a Dios por Dios, a nosotros y al prójimo por Dios”
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