“Esperad en Él, asamblea del nuevo pueblo, pueblo que estás a punto de nacer, pueblo que hizo el Señor; esmérate para ser alumbrado con salud y evitar un aborto propio de fieras. Pon tus ojos en el seno de la madre Iglesia; advierte su esfuerzo envuelto en gemidos para traerte a la vida, para alumbrarte con la luz de la fe. No agitéis con impaciencia las entrañas maternas, estrechando así las puertas del parto. Pueblo que estás siendo creado, alaba a tu Dios; alaba, alaba a tu Dios, pueblo que te abres a la vida. Alábale porque te amamanta, alábale porque te alimenta; puesto que te nutre, crece en sabiduría y edad. También Él aceptó la espera del parto temporal, Él que ni sufre mengua por la brevedad del tiempo, ni aumento por la amplitud del mismo, antes bien excluyó desde la eternidad todas las estrecheces y hasta el tiempo mismo. Como aconseja a un niño aquel hombre bondadoso que lo nutría: No seáis niños en vuestro pensar; sedlo en cuanto a la malicia; sed perfectos en el pensar. Como competentes, haceos adolescentes en Cristo competentemente, para crecer cual jóvenes hasta llegar a ser varones adultos. Como está escrito, alegrad a vuestro padre con vuestro progreso en la sabiduría y no contristéis a vuestra madre con vuestro desfallecimiento. Amad lo que vais a ser. Vais a ser hijos de Dios e hijos de adopción. Eso se os otorgará y se os concederá gratuitamente. Suspirad por Él, que conoce quienes son los suyos… Reconoce, ¡oh cristiano!, a aquel otro padre que, al abandonarte ellos, te recogió desde el seno de tu madre, y a quien cierto hombre creyente dice con verdad: Tú eres mi protector desde el seno de mi madre. El padre es Dios; la madre, la Iglesia. Estos os engendran de manera muy distinta a como os engendraron los otros. Este parto no va acompañado de fatiga, miseria, llanto y muerte, sino de felicidad, dicha, gozo y vida. Aquel fue un nacimiento lamentable, este deseable”
(Sermón 216, 7-8).
No hay comentarios:
Publicar un comentario