“Buscas división entre el Padre y el Hijo y no la hallas. Pero ¿cuándo no la hallas? Cuando te elevas sobre ti mismo. Cuando te pones en contacto con algo que es superior a tu mente, entonces es cuando no hallas división. Porque, si alternas con lo que el ánimo extraviado construye, alternas con tus fantasmas, no con el Verbo de Dios: esos tus fantasmas te engañan. Alza tu vuelo sobre el cuerpo y experimenta el sabor del alma; eleva tu vuelo después sobre el alma y experimenta y gusta a Dios. No puedes tocar a Dios si no pasas del alma. ¿Cuánto menos, pues, lo tocarás si permaneces en la carne? Aquellos que gustan de la carne, ¡cuán lejos están de gustar lo que es Dios, cuando ni tendrían ese sabor aunque gustaran ya del alma! Es mucha la separación entre Dios y el hombre cuando gusta de la carne; hay una gran distancia entre la carne y el alma, pero la hay todavía mucho mayor entre el alma y Dios. Si tú estás en el centro de tu alma, estás como en medio. ¿Miras abajo? Cuerpo es lo que ves. ¿Miras arriba? Lo que ves es Dios. Álzate sobre tu cuerpo y también sobre ti mismo. Atiende a lo que el Salmo dice y cómo te enseña a gustar a Dios: Mis lágrimas son, dice, mi alimento de día y de noche, mientras oigo que se me dice: ¿Dónde está tu Dios?”
(Comentario a Juan 20, 11).
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