¿Qué me dice el oro? Ámame. Pero ¿qué me dice Dios? Usaré de ti y usaré de tal modo que no me poseas ni me separes de ti... Yo amo al Creador. Bueno es lo que hizo, pero ¡cuánto mayor es quien lo hizo! Aun no veo la hermosura del Creador, sino la ínfima hermosura de las criaturas. Pero creo lo que no veo, y creyendo amo, y amando veo. Callen, pues, los halagos de las cosas muertas, calle la voz del oro y de la plata, el brillo de las joyas y, en fin, el atractivo de esta luz; calle todo. Tengo una voz más clara a la que he de seguir, que me mueve más, que me excita más, que me quema más estrechamente. No escucho el estrépito de las cosas terrenas. ¿Qué diré? Calle el oro, calle la plata, calle todo lo demás de este mundo. Diga el padre: ámame. Diga la madre: ámame. A esas voces replicaré: callad. ¿Acaso es justo lo que exigen? ¿No devuelvo lo que recibí?… Respondemos al padre y a la madre, que dicen justamente: ámanos; respondemos: Os amo en Cristo, no en lugar de Cristo. Estad conmigo en Él, yo no estaré con vosotros sin Él. Pero dirán: no queremos a Cristo. Yo, en cambio, quiero más a Cristo que a vosotros. ¿Perderé a quien me creó para atender a quien me engendró?”
(Sermón 65 A, 4-5).
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