"Como si hubiese buscado por qué méritos alcanzó eso, y no hubiese hallado alguno antes de la gracia de Dios, dice: Dios mío, tu misericordia me previno. Como diciendo: por mucho que busqué mis méritos antecedentes, su misericordia me previno. Al guardar para Dios su fortaleza donada por Dios, guardó, porque Dios se la conservó, la fortaleza que tuvo porque Dios se la dio. Y no merece el aumento sino porque sabe piadosa y fielmente de quién vienen todos sus bienes, y que ese mismo conocimiento viene también de Dios, para que no haya nada en él que no venga de Dios… He ahí cómo el mismo mérito del hombre es un don gratuito. Nadie merece recibir ningún bien del Padre de las lumbres, de quien desciende todo don óptimo, sino quien primero recibe lo que no merece"
(Epístola 186, 3, 10).
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