Eres recompensa de los humildes

“El salmo 104 es el primero entre los que llevan por título Aleluya. La significación de esta palabra, o más bien de estas dos palabras, es alabar al Señor. De aquí que comience el salmo diciendo: Confesad o alabad al Señor e invocad su nombre. Esta confesión ha de entenderse que es de alabanza, así como aquella: Te confieso, ¡oh Padre!, Señor del cielo y de la tierra. A la alabanza suele seguir la invocación o petición, en donde el que ruega expresa el deseo. De aquí que también la oración dominical tiene en su comienzo una brevísima alabanza, la cual es: Padre nuestro, que estás en los cielos; y a continuación se expresan las cosas que se piden. De aquí que también se dice en otro lugar en un salmo: Te confesamos, ¡oh Dios!, te confesamos e invocamos tu nombre. Esto se expresa más claro en otro salmo: Invocaré al Señor alabando, y me veré libre de mis enemigos. De igual modo, también dice aquí: Confesad al Señor e invocad su nombre, lo cual es como si dijera: Alabad al Señor e invocad su nombre. Sin duda, oye el que invoca quien ve al que alaba y ve al que alaba aquel que percibe al amante. ¿En qué quiso demostrar el Señor de manera especial el amor para con el buen siervo sino en lo que le dijo: Apacienta mis ovejas? De aquí que también continúa diciendo este salmo: Anunciad entre las naciones sus obras. O más bien, consignando la palabra griega, que muchos códices latinos conservan, evangelizad entre las gentes sus obras. ¿A quiénes se dice esto? Proféticamente a los evangelistas” 
(Comentario al salmo 104, 1).

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