“Mas no es así el Dios invisible e incorruptible, quien sólo tiene la inmortalidad y habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre vio ni puede ver. El hombre no puede verle mediante el órgano corpóreo con que ve los cuerpos. Pero, si fuese inaccesible a las mentes piadosas, no se nos diría Acercaos a Él y seréis iluminados; si a las mentes piadosas fuese invisible, tampoco se nos diría: Le veremos como Él es… Luego en tanto le veremos en cuanto seremos semejantes a Él, puesto que ahora en tanto no le vemos en cuanto que somos desemejantes. Nos permitirá verle aquello que nos asemeja a Él… Esta semejanza debe ponerse, pues, en el hombre interior que se renueva en el conocimiento de Dios según la imagen de aquel que lo creó. Ahora bien, en tanto nos hacemos semejantes a Dios en cuanto progresamos más y más en su conocimiento y amor"
(Epístola 92, 3).
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