“Por lo cual, quienes buscan a Dios por intermedio de las potestades rectoras del mundo o de alguna de sus partes, se distancian y son lejos de Dios arrojados, no por intervalos espaciales, sino por diversidad de afecto; se empeñan en caminar por sendas exteriores y abandonan su interior, siendo Dios algo íntimo. Y si oyen hablar y piensan en alguna potestad celeste y santa es para ambicionar su poder, admirable siempre a la flaqueza humana, no para imitar su piedad, medio para conseguir el reposo en Dios. Prefieren, en su orgullo, poder lo que puede el ángel, a ser por la piedad lo que el ángel es… La caridad no infla, y Dios es caridad; y los fieles en el amor descansarán en Él, llamados del estrépito exterior a los gozos recatados. Si Dios es caridad, ¿para qué andar corriendo desolados por las alturas de los cielos y las hondonadas de la tierra en busca de aquel que mora en nosotros, si nosotros queremos estar junto a Él?”
(La Trinidad 8, 7, 11).
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