“El hombre siente su propia inestabilidad tanto más cuanto menos se adhiere a Dios, que es sumamente. Dios es sumamente, porque ni crece ni mengua por mutualidad alguna. El hombre, en cambio, ve que la mutación le conviene cuando le ayuda a unirse perfectamente a Dios, del mismo modo que es viciosa toda mutación que entraña defecto… Los que esto no ven y consideran las facultades del alma humana y la gran hermosura de sus hechos, colocando el sumo bien en el alma, aunque no osen ponerlo en el cuerpo, lo han puesto en lugar inferior a aquel en que por una auténtica razón hay que ponerlo"
(Epístola 118, 3, 15).
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